Talvez es culpa nuestra dejar a los chicos, jugar con cosas tan delicadas como la moneda. No han vivido en forma consciente la híper anterior. La ignorancia, unida a una gran soberbia, nos lleva por este barranco. Vaya a saber donde y como iremos a parar.
Convendría ponernos de acuerdo en que todas las transacciones económicas, de algún modo son una forma de “TRUEQUE”. La moneda, solo es una “mercadería transaccional” que se trueca, de modo de permitir intercambiar bienes. Si Juan tiene zapallitos anco y desea trocarlos por ojotas de goma que tiene Pedro, pero a Pedro no le interesan los zapallitos anco de Juan, solo cuando aparece un tercero, interesado en los zapallitos, Rolo, que justamente tiene los cinturones que le interesan a Pedro, podemos decir : SOLUCIONADO EL ASUNTO, PEDRO OBTIENE SUS CINTURONES, JUAN SUS OJOTAS Y ROLO LOS ZAPALLITOS. La triangulación resolvió el problema, cada artículo fue mercadería y medio de pago al mismo tiempo.
Para eso existe la moneda. Un elemento convencional al que toda una población admite como valor común transaccional. Un trueque de mercaderías y servicios por un elemento transaccional. Pero sigue siendo un trueque. En el trueque siempre hay que tener algo para cambiar. Cuando éramos pibes, hasta para cambiar figuritas, teníamos que tener “ALGO PARA CAMBIAR”. Aprendíamos del modo más simple, acaso sensorial, que la figurita difícil, valía muchísimas “FIGURITAS REPETIDAS”
Hoy en día, hay demasiados actores económicos en la rueda, que no tienen “NADA PARA CAMBIAR”. Hasta el pibe más abombado sabe que cuando una figurita es repetida, no vale casi nada.
Valor y precio: ¿son la misma cosa?
_ ¡Obviamente que no!,…
Sería la respuesta elegante que se espera de una persona de mediana cultura.
¿Pero hasta qué punto son diferentes?
Antiguamente la Real Academia de la Lengua Española definía como valor:
Grado de utilidad de las cosas//Cualidad de las cosas que las hace objeto de precio //Alcance o importancia de una cosa.
También definía a “precio” como: valor pecuniario de las cosas.
Nosotros en forma cotidiana entendemos que precio es una cantidad de dinero o especie que debemos dar a cambio de algo que pretendemos. Ese precio no siempre es en moneda, a veces puede tratarse de un canje o trueque de bienes, ejemplo: te cambio un perro de $ 1000 por dos gatos de $500. El pago de servicios o sea cosas que otro/a/os/as pueden hacer por y/o para nosotros, también suelen tener un precio en moneda u otra especie a canjear. “Yo te arreglo el techo de chapa del taller y vos le hacés a mi citroneta un cambio de aros”.
Dentro de estos tipos de canjes, también se ven representados los tráficos de influencias y favores: “una mano lava la otra y las dos lavan la cara”, “hoy por mí, mañana por ti”, “entre bueyes no hay cornadas”. Los chantajes también son una forma de precio.
Napoleón Bonaparte decía: “Cada hombre tiene su precio”. Hay una versión criolla más soez y procaz, que refiere a la integridad de la condición sexual del hombre, frente a una gran tentación pecuniaria.
El precio de alguna manera, si bien lo pone el oferente del bien o el servicio, está sujeto a la fuerza del mercado. La naturaleza humana tiende a justipreciar las cosas por el grado de su escasez, lo que abunda no vale. Cuando queremos vender algo que es muy abundante lo tenemos que terminar vendiendo barato. Esto no solo tiene lugar en las economías que se mueven con moneda. En culturas que comercian por medio del trueque, ocurre lo mismo. Ej. Si una temporada hubo un gran ataque de Diatraea y los choclos se abicharon en su mayoría; si nosotros ofrecemos zapallito anco a cambio, ese año deberemos destinar mayor cantidad de anco por choclo, se podría decir que hay “inflación en el precio de los choclos, medido en términos de zapallito anco”. La mayor demanda de zapallos ancos por sucedaneidad también comenzará a subir en términos de otras cosas.
¿Encuentran algún parecido con lo que ocurre con la carne de vaca?
Uso deliberadamente el ejemplo imaginario del trueque para que se comprenda que muchas veces la inflación ocurre independientemente del valor relativo de la o las monedas.
¿Se acuerdan de las nevadas del 9 de julio del 2007?, se helaron todas las hortalizas y también las papas, resultado: un aumento gigantesco en el precio de la papa. ¿Qué hizo el gobierno?, pues metió la mano en su Patorucesco bolsillo patagónico, subvencionó a los supermercados para que bajaran el precio de las papas. Con una reacción típicamente propia de Isidoro Cañones, ante el gesto dadivoso de Patoruzú, las cadenas de supermercados pusieron unas cuantas bolsas subvencionadas a la venta y, para mi, encanutaron el resto. Por supuesto que Don Cosme, el del mercadito de la esquina, no recibió un cobre.
Lo que escasea, termina subiendo de precio, pagado con el medio de pago que se les ocurra.
Los actos de las personas y de las sociedades suelen tener consecuencias. Las buenas consecuencias, por lo general, debieran arrojar una ganancia o utilidad, en cambio las malas consecuencias demandan el pago de un precio, que no siempre es “en plata”, pero que de un modo u otro siempre se paga.
No siempre las consecuencias son inmediatas y para mucha gente, aunque nos parezca mentira, eso, es muy difícil de entender.
Como sociedad seguro que deberemos pagar más adelante las consecuencias de lo que hicimos mal recientemente, así como hoy pagamos el precio de los desatinos pasados.
Todos sabemos que hay actividades que demandan mucho tiempo armar y que se destruyen muy fácilmente. Pues, entonces, el precio a pagar por haber destruido la producción de carne vacuna, los pequeños tambos que ocupaban tanta mano de obra, etc., etc., va a estar representado por un mayor precio relativo de esos productos.
No ha de ser por una cuestión corporativa ni nada que se le parezca,…. simplemente por que no va a haber suficiente.
Esa será la forma pecuniaria de pagar el precio del error; pero hay un precio mucho mayor aún, mucho más gravoso para la sociedad, que estará representado por la pérdida de puestos de trabajo rurales, altamente productivos, canjeados por planes de trabajo, migajas y dádivas condicionadas muy frecuentemente por la política.
Acá entramos a comprender que había un valor oculto mayor, que no conviene hacer solamente cálculos medibles en plata.
Si los sindicatos corren a las faldas del gobierno, clamando por un aumento de salarios que compense esta inflación, si obtienen esos aumentos que a todas luces parecerían justos, pues no fueron ellos los causantes del desaguisado; lo único que lograrán es volcar a un mercado escaso, más dinero para pagar la misma cantidad de bienes, por que lo que no hay son bienes, lo que no se produjo no está.
Volvamos un cachito atrás, al ejemplo del trueque de los ancos por choclos, imaginemos que repartimos libremente a manos de todo el mundo en el mercado de trueque, un camión lleno de zapallitos ancos; eso no va a hacer que aparezcan los choclos que no están. Va a ocurrir que el que tenga los choclos terminará con más cantidad de zapallitos ancos en su poder. Ahí si que “que va a tener pa`cer dulce”.
Es por esta causa que los gobernantes deben ser muy cautos antes de tomar resoluciones al actuar sobre los mercados, si no se cuenta con reaseguros, en especial en estas cuestiones que tienen que ver con la seguridad alimentaria.
Si tenemos la necesidad de calcular costos, ¿Qué tendremos en cuenta?¿el precio circunstancial de los factores de la producción, o su valor tomando producciones alternativas? Cuando en el hemisferio norte “se cayó todo podrido” por efecto de las hipotecas basuras, por efecto dominó, se empezó a caer el andamiaje financiero trucho que habían inventado; los inversores salieron a comprar bienes concretos, aluminio, cobre, oro, se metieron en el mercado a término de los cereales y las oleaginosas, generando de pronto una tormenta de demanda ficticia de su señora Madre, que hizo que todo subiera a lo loco (recordemos que la 125 fue fruto de esa locura y luego nos durmieron con el 35 % de retención).
Valga esto para recordar que los mercados no siempre son la versión correcta del precio de las cosas y menos aún de su valor.
Las grandes tormentas financieras, como la del 2008, creo que son de alguna manera el resultado del desajuste entre el precio corriente de los bienes y su verdadero y permanente valor intrínseco. Puede suceder que uno sea mayor que el otro, alternativamente, por lo general siempre llevan una diferencia, pero cuando el desajuste es muy grande, es cuando se producen los líos.
Cuando saltamos al concepto de valor, la cosa se pone mucho más compleja. El precio de las cosas, entendimos que es donde convergen:
1) la necesidad relativa de los consumidores o demandantes del producto o servicio.
2) la cantidad de éstos.
3) la abundancia o escasez relativa del producto o servicio.
4) el precio de los sucedáneos o reemplazos y….
5) la abundancia o escasez de medios de pago, sean estos en dinero o especie a canjear. Más o menos anda por ahí la cosa.
En cambio el valor es algo de carácter subjetivo (no es lo mismo para cada persona, aunque puede ser parecido, nunca es igual). Puede variar por cuestiones de usos, costumbres o culturas. Puede ser influido por cuestiones religiosas, geográficas o climáticas.
Puede tener incidencia en el valor de algo, la comprensión técnica y/o ideológica. Puede proyectarse el valor por su escasez futura. En fin, como dije, es mucho más compleja la formación del valor de algo.
Un ejemplo de cómo un valor distinto que culturalmente se le da a un bien, incide en su precio cuando es valorado por culturas distintas; las mollejas de vaca a los norteamericanos no les gustan, les da asquete y a nosotros nos gustan mucho, por esa razón en un determinado momento importamos cantidades de mollejas de los EEUU. Allá eran baratas pues no les daban el valor que si les dábamos acá.
Otro ejemplo de divergencia ideológica en el valor de algo, está claramente representado en la destrucción sistemática, que se desató sobre nuestro sistema ferroviario y nuestra industria pesada. Esto arrancó con la administración del ministerio de economía del Dr. José A. Martínez de Hoz durante la dictadura y culminó con un gran éxito para sus promotores y desgracia para la Nación, en la década de los 90.
El precio muy bajo de los combustibles y la mirada absolutamente de corto plazo de esos economistas que comparaban el precio del transporte ferroviario, su relativa ineficiencia (provocada artificialmente a mi entender) de ese entonces (YAMAL QUE PARA,….YAMAL QUE CIEYA, con sindicalistas echando leña al fuego, a mi no me cabe la menor de las dudas).
En la ecuación no entraban los accidentes de tránsito y las muertes innecesarias, las secuelas de invalidez, la polución atmosférica, el consumo innecesario de petróleo que en un futuro no muy lejano nos iba a faltar (hoy ya falta). Solo había que corregir sus vicios.
No se entendía, por ese entonces, que el valor de los ferrocarriles funcionando se extendía más allá de la cuentita hecha con la calculadora, sobre el precio de los fletes y el transporte de personas. El valor de la utilidad de mantener con vida tantos pueblos del interior, tampoco entraba en la ecuación. De última no hacía falta más que el libro de física de Fernández y Galloni, para saber que nunca puede ser más barato a lo largo del tiempo, un transporte (el automotor) que consume 10 a 20 veces más energía por tonelada transportada por lo tanto consume igual proporción de combustible y genera consecuentemente polución atmosférica y ambiental en la misma cantidad.
El petróleo fue, creo, demasiado barato durante mucho tiempo. Esto alentó a su consumo irresponsable y dispendioso, a sabiendas que algún día se acabaría. Nuestros hijos y mucho más nuestros nietos, probablemente a raíz de esta causa, no se acordarán muy cariñosamente de nosotros, pues pusimos por delante el precio circunstancial del momento, sin pensar en su valor futuro.
En economía se pueden hacer mil elucubraciones, menos desafiar a las leyes físicas, químicas y naturales. La naturaleza se toma su tiempo, pero siempre termina ganando. Por esto, el valor de las cosas debe ser motivo de análisis mucho más serios y si es necesario, multidisciplinarios.
Tuvimos varios intentos de destruir la educación pública. La concepción de que los gastos en educación son un gasto y no una inversión, demuestra que esa gente tampoco tenía muy claro la diferencia entre precio y valor.
No se nos escapa a las personas “entradas en almanaques”, el bajo nivel académico de la educación, en general; lo que significa que algo de ese objetivo fue logrado.
Cuando todos nuestros países vecinos han elevado sus niveles educacionales, nosotros lo hemos bajado.
El señor Cavallo mandó a los científicos a lavar los platos, no me olvido de eso. Hoy, que podríamos estar produciendo la vacuna de la gripe H1N1, la debemos importar. Esta es la forma de pagar hoy el precio por que el señor Cavallo, durante el gobierno, también Peronista del Dr. Menem, no comprendió el valor de la investigación científica. Las eventuales muertes por la entrega tardía de las vacunas, también serán a cuenta de precio.
El precio es una expresión relativa y circunstancial de carácter inmanente (de acá y ahora); en cambio el valor es un concepto que trasciende el momento, tiende a ser permanente.
La generación del 80 del siglo XIX tuvo como clarividencia la necesidad de poner como valor estratégico, la educación popular, gratuita y obligatoria como así también el valor estratégico de poblar los amplios espacios vacíos que presentaba nuestro país en ese entonces. Estas creo yo, fueron las causas, junto con las inmigraciones, del enorme crecimiento relativo ocurrido en los años siguientes.
Cuando la administración de un país ejecuta los actos de gobierno, fundamentalmente con una visión mercantilista, tiende a que sus acciones solo tengan en cuenta los datos del precio y costo circunstancial del momento, para calcular los costos de los emprendimientos.
Llega a destruir aquellas cosas que llevaron tanto tiempo y esfuerzo construir, sin hacer la menor de las consideraciones prospectivas hacia el futuro.(Valga la rebuznancia)
Esto que es propio de los gobiernos de los últimos años (todos), marca la diferencia sobre lo que se hacía en general hasta mediados de la década del 70.
Esto, pienso yo, se debe a una diferencia de formación educacional, que hacía hincapié en lo permanente, lo perenne, el ahorro y la austeridad. El modo de vida actual, a un hombre de la década del 40 del siglo pasado, le resultaría horrorosamente despilfarrador, no importando a que clase social perteneciera.
No forma parte de nuestros valores actuales, por ejemplo, plantar árboles de lento crecimiento pero de valiosa madera y de confortable sombra. Este desenganche con el futuro más allá de nuestras propias vidas, pone de relieve, talvez, el escaso interés por perpetrarnos como comunidad.
Por último para dar una pauta de la gran diferencia entre estos conceptos, valor y precio, quiero que nos preguntemos:
¿Cuánto vale mi casa? (si es que la tengo).
Y…. me la tasaron nnnnn$.
¡ Ahhh,….qué bien! ¿Y la pensás vender?
¡Nooo!,…. ¿Para que? ¿Qué me compro con esa plata?… De última yo ya la acomodé a mi gusto,….. no se.
En esta última frase es cuando el interlocutor saltó de precio a valor,…”Ya la acomodé a mi gusto”.
Mas allá de cualquier sensiblería, que tampoco deshonra a nadie, las cuestiones de carácter afectivo son el verdadero valor agregado a la simple estructura edilicia, lo que representa el verdadero valor. Por esa razón las personas desean terminar sus días en la casa donde criaron sus hijos, confesando: ….Y después que me haya ido, que hagan lo que les parezca.
ENVIADO POR PREGON AGROPECUARIA http://www.pregonagropecuario.com/cat.php?txt=5599#3CqCRsSKg47ex3cA.99