Todas las sociedades aspiran a vivir mejor. Hablan de progreso, sin aclarar que el deseo no alcanza. Tampoco sirve demasiado repetirlo hasta el cansancio y llenarse la boca de discursos grandilocuentes para que se convierta en realidad. Hace falta bastante más que eso.
Para conseguir triunfos extraordinarios hace falta mucho más que una retórica elaborada. Se precisa pasar a la acción, llevar adelante esfuerzos incansables, prolongados en el tiempo, con una constancia a prueba de todo y esa perseverancia propia de quien tiene convicciones profundas, virtudes que no abundan a la hora de construir un vida en comunidad.
Es importante comprender que las ganas y el sacrificio tampoco garantizan los resultados esperados. Es que las ansias son necesarias y el esfuerzo es vital, pero son las ideas correctas las que hacen la diferencia. Si el rumbo seleccionado no es el adecuado, esa inmensa labor será inconducente.
Es allí donde claramente las sociedades contemporáneas no parecen encontrar el camino. Es saludable intentar entender como se produce esa secuencia de acontecimientos que configuran la realidad. Si se cree que todo ocurre por mera ventura divina, pues entonces, habrá que concluir que no vale la pena hacer mucho, ya que lo que viene, no depende del accionar de los hombres sino de la intervención celestial. En ese caso, parece mejor esperar que lo bueno aparezca y agradecer a Dios cuando ello suceda.
Para otros solo se trata de tener un poco de suerte, o al menos de evitar los sinsabores de la mala fortuna. En esas circunstancias, tampoco tiene sentido hacer demasiado. El futuro depende, desde esa perspectiva, del azar y entonces esmerarse no parece muy inteligente.
No falta nunca ese grupo que atribuye los descalabros y las crisis a las conspiraciones, a la participación deliberada y la actitud despiadada de confabuladores seriales que se ocupan de que todo resulte pésimo. Bajo esas reglas, no amerita hacer esfuerzo alguno. Después de todo, las fuerzas del mal son exageradamente poderosas y no fracasarán jamás.
Todas esas miradas invitan, directa o indirectamente, a la pasividad, a esperar, a cruzarse de brazos, a actuar como simples espectadores y por lo tanto renunciar al protagonismo, al trabajo y a hacer todo lo necesario para que el mañana sea distinto y no una mera proyección del presente.
Ahora, si se comprende que son los ciudadanos los que toman decisiones y son ellos los que hacen que las cosas sucedan, y que su participación incide, de algún modo, en su destino, pues en ese caso es central repasar que es lo que se debe hacer para que algo novedoso ocurra.
Queda claro que lo que se hace hoy es insuficiente. Es evidente que las ideas que se han defendido hasta aquí producen esto que se conoce como actualidad y por lo tanto se trata de construcciones intelectuales que han demostrado su absoluta ineficiencia, siendo más de lo mismo. De lo contrario no se podría convivir con tanta inseguridad, corrupción, injusticias, manipulación del poder y cuanta perversidad deambule por estas tierras.
Muchas veces, la sociedad no logra vincular los hechos y prefiere creer que con soñar alcanza. Es importante tener un norte como herramienta motivadora, porque estimula a tomar las riendas. Pero es falso suponer que solo por quererlo, todo ocurrirá favorablemente, como por arte de magia.
El deseo precisa de una acción decidida, de un impulso enorme, perseverante y sistemático. La historia reciente solo muestra espasmos que, como tales, se agotan en sí mismos, sin haber conseguido su meta por falta de profundidad, paciencia y claridad conceptual.
Cuando la victoria no aparece en forma automática, la ansiedad hace de las suyas y entonces todo vuelve a cero, con el agravante de que la desilusión y la desesperanza instalan la visión de que es imposible lograr algo positivo.
Hablar de esfuerzo, no es apuntar solo al sacrificio que implica esmerarse, sino también a pagar los costos derivados de los objetivos pretendidos. Nadie consigue grandes cosas sin tropiezos. Los logros muchas veces vienen de la mano de colosales renunciamientos. Es probable que muchos no estén dispuestos a hacerlo y eso explique en buena medida lo que pasa.
Si el deseo es potente y el esfuerzo constante, pero las ideas son las incorrectas, todo fracasará. Para ser optimistas hay que anhelar con entusiasmo, prepararse para hacer un esfuerzo gigante, pero además estar absolutamente dispuestos a cambiar, a dejar de lado los sistemas equivocados para reemplazarlos por las que han demostrado su éxito.
Los paradigmas con los que se analiza la realidad son determinantes. Si ciertas ideas no se reemplazan por las diametralmente opuestas, pues no habrá esfuerzo ni ganas que consigan algo interesante. Elegir el rumbo inadecuado conduce invariablemente a un fracaso predecible.
Todos los países son optimistas respecto del porvenir. Saben que recorren una coyuntura, pero también que esa circunstancia tiene fecha de vencimiento. Tienen esperanzas respecto de lo que viene, y confían en que todo será mejor. Pero ese pronóstico será el correcto solo si se comprende el vínculo profundo que existe entre el anhelo, el esfuerzo y el cambio.
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