Por Alberto Mansueti
El Liberalismo clásico promueve el Gobierno limitado, y la economía libre es su resultado natural. No debe confundirse con “Liberalism” en inglés, que en EEUU significa exactamente lo contrario: socialismo e intervencionismo. Tampoco debe confundirse con el “Neo-liberalismo”. Vamos despacio.
En los años '80 el economista John Williamson publicó el libro “IMF Conditionality”. En su obra, por primera vez exponía el recetario para dar vida al “Washington Consensus”. Enunciado como un Decálogo, en diez verbos. Los cinco primeros aludían al sector público: (1) Imponer disciplina fiscal; (2) Reducir las tasas de impuestos para aumentar la recaudación total; (3) Reorientar el gasto público hacia la atención médica básica, la educación primaria y la infraestructura; (4) Liberalizar las tasas de intereses; (5) Mantener un tipo de cambio “competitivo”.
Y los cinco restantes referían a los sectores privados: (6) Eliminar todas las restricciones no arancelarias a las importaciones, y gradualmente reducir aranceles hasta un promedio de 10% a 20%; (7) Liberalizar la inversión extranjera directa; (8) Privatizar empresas estatales; (9) Eliminar barreras al ingreso y salida en los mercados, reduciendo trabas legales; (10) Fortalecer los derechos de propiedad privada. Este era el “Consenso de Washington” ¿Bueno o malo? Algunos mandamientos son buenos, otros no, y otros son discutibles, en sí mismos, o en sus consecuencias e implicaciones. Veamos:
(1-2) La disciplina fiscal es muy saludable, pero recortando los gastos, no aumentando los ingresos; (3) la jerarquización de las funciones estatales es imprescindible, y son responsabilidad del gobierno las obras de infraestructura, mas no educar ni curar; y en todo caso la ayuda estatal a los más pobres en educación y atención médica puede ser con el sistema de cupones, que es harto mejor; (4) no es bueno manipular el tipo de interés; (5) ni el tipo de cambio.
(6) Buena es la apertura a las importaciones pero ¿por qué no arancel cero? (9-7) Es bueno desregular los mercados y la inversión extranjera, pero ¿por qué no liberalizar por completo la inversión, incluso nacional o repatriada, y el ahorro y el trabajo y toda la economía? (8) Es bueno privatizar empresas, pero no para transformar monopolios estatales en privados, o sea sin desregular. (10) El monopolio viola el derecho de propiedad que se dice querer fortalecer. Pero monopolio no es una empresa grande, ni una empresa sola en un mercado, sino la que goza de privilegios especiales en impuestos, insumos, materias primas, aduanas, seguros, transporte, relaciones laborales o con los bancos, etc., otorgados como gracia por Gobiernos y Congresos. Y de este “capitalismo de amigotes” hubo mucho en los '90, y sigue habiendo.
¿Y cómo se aplicó el decálogo en la práctica? Más o menos: desde los '90 hubo reformas y medidas económicas pero muy fragmentarias y parciales, muy poco liberales, y mal ejecutadas por los Gobiernos, el FMI, el Banco Mundial y Universidades asociadas. De liberalismo clásico poco y nada:
A) Los Gobiernos no redujeron drásticamente sus funciones. No conforme con su rol de congresista, juez, policía y soldado, diplomático y contratista, el Estado quiso seguir siendo educador, médico, odontólogo y bioanalista, promotor social, deportivo, científico, artístico y cultural etc.; y ductor general de la gente. En la economía apenas admitió cambiar, de mala gana y no siempre, su papel de propietario de empresas por el de supervisor y contralor, como “Superintendente” y director general.
B) En consecuencia los Gobiernos no redujeron competencias, controles, poderes, prerrogativas, tamaño ni presupuesto. Mucho menos su personal, que continuó su nociva expansión consumiendo hasta el 80% de sus presupuestos. Es que tampoco redujeron el gasto estatal ni cesó el endeudamiento público. Las privatizaciones fueron fiscalistas y capitalizaron a los Gobiernos. Los monopolios estatales fueron privatizados “a precio de gallina gorda”, sin dejar de ser monopolios, sólo para grandes complejos empresariales y consorcios internacionales apalancados por grandes bancos, con precios muy por encima del real valor de mercado de sus activos. Después las empresas recuperaron sus enormes inversiones con elevadas tarifas para usuarios y consumidores, tan pobres como antes, o más.
C) No aceptaron eliminar la inflación como medio de financiarse, sólo reducirla. Por ello se siguió con la emisión de papel sin respaldo real (metálico u otro) y la banca de reserva fraccionaria; y con las tasas de interés manipuladas artificialmente a la baja, estimulando el endeudamiento. La inflación fue parcialmente reemplazada por el IVA y otros tributos, y los aranceles fueron sustituidos por los “derechos antidumping”, pero la presión tributaria no se redujo: todo lo contrario. Con las “devaluaciones competitivas” se siguió empobreciendo a la población.
D) Muy pocas “leyes malas” (ver mi libro con ese título) derogaron; al contrario: dictaron más, subiendo la presión reglamentarista. A los monopolios privados encuadraron en decretos y “Superintendencias”, pero no en la disciplina de la competencia abierta. Los viejos controles de precios fueron sustituidos por leyes del Consumidor y “pro competencia”. Y se decretaron costosos reglamentos laborales, eco ambientalistas, de “género”, de la niñez y adolescencia, de indígenas, discapacitados, etc. según la “corrección política”; y las burocracias viejas y nuevas continuaron a todo lo largo de la economía y a la vida nacional entera, impidiendo a las iniciativas individuales expresar su creatividad y fructificar.
E) El viejo modelo “cepalista”, de sacrificio de la exportación en aras del mercado interno, se cambió por el contrario: sacrificio del mercado interno en pro de la exportación, pero siempre bajo la planificación y dirección central del estado. Sólo cambiaron sus objetivos, modalidades y los sectores protegidos, pero no el “proteccionismo”. La integración latino o centroamericana, caribeña, andina o mercosurista, no hizo liberación comercial alguna. Siempre sus listas de excepciones y “productos sensibles” fueron más extensas que los propios acuerdos, y la letra chica mató a la letra grande. La visión de “bloques” políticos no es de Milton Friedman ni de la Escuela de Chicago; es la típica de la teoría “dependentista” del subdesarrollo de los '50 a los '70: Raul Prebisch, André Gunder Frank, el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Celso Furtado, Enrique Iglesias, Osvaldo Sunkel y Pedro Paz.
En resumen: los cambios fueron cosméticos, raquíticos, tímidos y totalmente alejados del verdadero libre mercado. Sus consecuencias devastadoras y estrepitosos fracasos pavimentaron a todas las izquierdas su camino de regreso al poder. Poco y nada del liberalismo real; su nombre debería ser ¡”Neo-mercantilismo”! O sea: "la misma gata pero revolcada".
(*) Alberto Mansueti, es abogado y politólogo. Asesor permanente de la Dirección Nacional del Movimiento Liberal Libertario Resistencia Civil y Directivo del Autonomista liberal y Zuliano Movimiento Rumbo Propio. Fue profesor universitario. Y autor de numerosas obras . Asesor político en varios países, especialmente Perú y Venezula
FUENTE: PUBLICADO EN ELDIA en BOLIVIA - http://www.eldia.com.bo/index.php?c=Opini%F3n&articulo=Liberalismo-clasico-versus--Neo--liberalismo&cat=162&pla=3&id_articulo=151472
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