El INDEC dio a conocer los resultados del mercado laboral correspondientes al 4° trimestre del año 2014. Continuando la tendencia observada en trimestres anteriores, la tasa de desempleo aumentó del 6,4% a 6,9% de la población activa y la tasa de actividad laboral se redujo de 45,6% a 45,2% de la población total. Estos datos siguen poniendo en evidencia que la falta de empleo es un problema muy importante.
Un rasgo que se destaca en la dinámica laboral argentina de la última década es la caída de la tasa de actividad laboral de las mujeres. Datos recientemente publicados por la CEPAL señalan que entre los años 2004 y 2012/2013, es decir, el período de la gran bonanza en la región, la tasa de actividad femenina subió en Chile y en Uruguay en 3,4 puntos y 6,4 puntos porcentuales, respectivamente, mientras que en la Argentina cayó -1,9 puntos porcentuales.
Esta misma fuente también analiza la evolución de la participación laboral de la mujer según el nivel de ingreso del hogar. Tomando como referencia a las mujeres que habitan en el 20% de los hogares de más bajos ingresos, entre los años 2004 y 2012/2013 se observa que:
En Argentina, la tasa de participación laboral femenina entre los hogares pobres cayó del 43,7% a 35,6%.
En Chile, la tasa de actividad laboral de las mujeres pobres aumentó del 32,0% a 34,2%.
En Uruguay, la actividad laboral de las mujeres pobres se incrementó del 48,1% a 49,4%.
Estos datos muestran que la caída en la participación laboral de las mujeres en Argentina se concentró en los hogares de más bajos ingresos. Pero además se trata de un fenómeno que no ocurre en los países vecinos. Mientras que la tasa de actividad entre las mujeres pobres cayó en la Argentina de manera considerable (8,1 puntos porcentuales), en Chile y Uruguay aumentó (2,2 y 1,3 puntos porcentuales).
La reducida participación laboral de las mujeres que integran los hogares de menores ingresos es un obstáculo estructural para erradicar la pobreza y alentar el progreso social. Cuando la mujer no trabaja, el hogar pierde una fuente de ingresos, genera en la mujer dependencia del varón y no contribuye al clima educativo de los hijos. Desde el punto de vista social, profundiza la dependencia de las familias más pobres del asistencialismo, negándoles la posibilidad de progreso individual y condicionando las decisiones de la vida civil con el uso masivo y discrecional de las dádivas.
Incorporar a las mujeres al mercado de trabajo es una poderosa fuente de generación de riqueza y equidad social. Para lograrlo es necesario actuar sobre las instituciones educativas, laborales y de asistencia social. En educación es fundamental aumentar la retención escolar, mejorar sustancialmente la calidad de la enseñanza y articular la educación media con el mundo del trabajo. En el mercado laboral se deberían eliminar las cargas sociales para los salarios más bajos y simplificar la legislación laboral para permitir que las microempresas puedan multiplicar la generación de empleos. En la política asistencial se deben rediseñar los programas para no inducir a la maternidad temprana e incentivar fuertemente el acceso al mercado de trabajo por parte de las jóvenes.
Haber profundizado entre las mujeres pobres la dependencia de los varones y del asistencialismo es otro testimonio de la bonanza desaprovechada. Los países vecinos, como Chile y Uruguay, lograron mejores resultados con políticas de inclusión social diseñadas y gestionadas de manera más profesional. Estas experiencias demuestran que se puede ayudar económicamente a los hogares más pobres sin descuidar la escolaridad y la inserción laboral de las mujeres. La clave pasa por no desperdiciar la abundancia de recursos fiscales en el facilismo del asistencialismo anacrónico que induce a la inactividad laboral, como ocurre con la Asignación Universal por Hijo y el Progresar.
FUENTE: Publicado en IDESA - www.idesa.org - Enviada por mail
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