Mientras realizaba la investigación para esta nota, recordé una situación que me tocó vivir en mi infancia, cuando tenía apenas 10 años.Era sábado y nos trasladábamos hacia nuestra casa de country, en Tortuguitas. Mi padre iba al volante de su flamante Mercedez Benz, cuando un Fiat 147 se movía de carril en carril interponiéndose en su paso. Cuando pudo ponerse a la par, le grito al conductor del al lado: “¡Tiralo a ese coche viejo que tenés!”.
Entonces el 147 lo pasó y, en una maniobra temeraria, le bloqueó el paso. Una vez detenidos, de un coche minúsculo se bajó una persona fornida, de casi 2 metros: parecía un dibujo animado de esos en donde un gigante musculoso no para de salir de un coche pequeño. La anécdota termina con mi padre pidiendo perdón para que la cosa no pase a mayores.
¿Por qué él se comportó de una manera tan hostil y prepotente en ese entonces, siendo que nunca fue una persona de enojarse fácilmente? ¿Tuvo que ver la agresión con temas de clase, dinero y sensación de superioridad?
Con frecuencia creemos que nuestros principios y nuestra percepción de lo justo y lo injusto tienen una relación directa con la educación que recibimos en casa o en la escuela y que, de alguna manera, la decisión de ser egoístas o solidarios con la gente que nos rodea tiene que ver con nuestra propia sensibilidad y con aquello que incorporamos en la infancia.
Pero ¿qué pasaría si de pronto nos diéramos cuenta de que existen factores externos que pueden “deformar” nuestros valores personales? Más aún: ¿qué pasaría si descubriésemos que existen indicios lo suficientemente válidos como para sospechar que mientras más dinero tiene una persona, más egoísta, insensible e indiferente se vuelve? ¿Y cómo impactaría esto en la sociedad a futuro?
Paul Piff, profesor de psicología y comportamiento social de la Universidad de California, EE.UU., realizó con su equipo una serie de experimentos con resultados polémicos e interesantes. En la columna de hoy los analizaremos juntos.
PRIMER EXPERIMENTO: TRAMPA EN EL MONOPOLY
Para su experimento, Paul Piff pidió a los participantes que jugasen al Monopoly y registró el desarrollo del juego con ayuda de una cámara oculta. Luego dio a conocer las sorprendentes conclusiones en la exposición que ofreció al público del congreso de TED.
Antes de empezar, se colocó en la mesa un plato con galletitas para analizar el consumo de cada uno de los jugadores y se entregó arbitrariamente el doble de dinero a uno de ellos. Cada vez que el jugador “rico” avanzaba en el tablero, sus resultados eran mucho más redituables que los de su contrincante. La intención era estudiar si existían cambios de comportamiento en el jugador “rico” a medida que se desarrollaba el juego.
Los científicos observaron también el lenguaje corporal de los jugadores y descubrieron diferencias sustanciales en todos los casos. A medida que avanzaban, los jugadores “ricos” golpeaban con más fuerza las fichas en el tablero, como muestra de dominación y poder. Además, todos los jugadores “ricos” comieron muchas más galletitas que los “pobres”.
El comportamiento que fueron manifestando los jugadores “ricos” con respecto a los “pobres” llamó poderosamente la atención de los investigadores. Estos participantes comenzaron de a poco a volverse más rudos e insensibles con sus contrincantes y con la situación que les tocaba atravesar, mientras ostentaban cada vez más su éxito material.
Una vez terminado el juego se les pidió que hablaran acerca de la experiencia vivida. Los jugadores “ricos” narraron con cierto goce la estrategia que habían elegido y lo inteligentes que habían sido, sin hacer referencia alguna a la situación azarosa que los había puesto en un lugar de privilegio al arrancar con mucho más dinero que sus contrincantes, en una demostración increíble de cómo la mente justifica los triunfos.
Los científicos concluyeron que este experimento puede servir como metáfora para entender a la sociedad y a su estructura jerárquica, donde sólo algunas personas tienen poder económico y status social. De hecho, Paul Piff y su equipo extendieron sus estudios a la sociedad real para demostrar su tesis central: a medida que aumentan el status y el poder económico de las personas, disminuyen considerablemente la compasión y la empatía, crecen sus sentimientos de propiedad y mérito y su ideología de autointerés se fortalece.
También se descubrió que son los individuos más ricos los más propensos a moralizar sobre lo bueno de la codicia y lo aceptable y ético que es interesarse más por uno mismo que por los demás.
SEGUNDO EXPERIMENTO: LA INSENSIBILIDAD AL VOLANTE
Otro experimento asombroso, llevado a cabo por el mismo equipo de trabajo comandado por Paul Piff, se realizó en la vía pública, y su objetivo era determinar el comportamiento de los conductores en función de su status económico.
Todos sabemos que en la mayoría de los países desarrollados las personas son más respetuosas y conscientes en términos de educación vial, sobre todo en lo referente al cruce de peatones: los que viajan por primera vez a Europa o EE.UU. se asombran al ver cómo los autos frenan ante el más mínimo amague de cruce por parte del peatón, más allá de lo que indique el semáforo.
Este segundo experimento consistió en registrar lo que sucedía con los coches que pasaban cuando un peatón (que era un integrante del equipo de científicos), bajaba el cordón de la vereda dispuesto a cruzar. Las pruebas se realizaron con cientos de vehículos y durante varios días.
Los resultados fueron contundentes: la tendencia a avanzar sobre el peatón sólo se registró en conductores de vehículos de alta gama. Dentro de este segmento, más de la mitad tuvo intenciones de infringir la ley, actitud que no se observó en ningún conductor de autos menos costosos.
CONCLUSIÓN
Estos experimentos no pretenden mostrar que sólo la gente adinerada muestra patrones de comportamiento egoísta, dado que todos nosotros, día a día, minuto a minuto, luchamos contra ciertos incentivos similares sin importar nuestro nivel económico o social.
Sin embargo, todo lleva a pensar que cuanto más dinero se tiene, más probabilidades existen de perseguir una situación de éxito personal en detrimento del entorno.
Los estudios muestran que cuanto más rica es una persona, más se siente con derecho a serlo y, por ende, más probabilidades hay de que sitúe a sus intereses por encima de los de los demás, dispuesta a hacer lo que sea para lograr sus metas.
Esta situación es alarmante, en especial si consideramos el veloz crecimiento de la desigualdad social a nivel global: en EE.UU., cuna del capitalismo, el 20% de la población se queda con el 90% de la riqueza, y todo indica que estos ratios se agravan con el correr del tiempo.
Según los estudios presentados, si estas tendencias se mantienen, la casi totalidad de la riqueza global pasará, en pocas décadas, a manos de personas cada vez más insensibles con lo que sucede a quienes no pertenecen a su clase social; es decir, a la mayoría de los habitantes del mundo.
Más grave aún es la demostración de que a medida que aumenta la desigualdad económica en una población, se incrementan de forma paralela los índices de obesidad, adicción a las drogas, alcoholismo, madres adolescentes, violaciones u otros tipos de abuso, asesinatos e inseguridad. Esto perjudica al conjunto de la sociedad y no sólo a las personas que menos tienen.
¿Qué se puede hacer frente a este escenario? Paul Piff presenta un dato alentador: los resultados de simples intervenciones psicológicas que apuntan a producir -en personas de cualquier estrato social- pequeños cambios de comportamiento ligado a los valores.
Estas intervenciones tienen que ver con recordar a la población las ventajas de la cooperación y de la vida en comunidad, situación que produce en los ricos las mismas ideas igualitarias que en los pobres cuando el tema está bien planteado y enfocado.
El último experimento que realizó el equipo consistió en mostrar a personas de distintos niveles económicos un video de sólo 46 segundos acerca de la pobreza infantil, para luego testear qué tan dispuestos estaban a ayudar a un desconocido en problemas.
Tanto ricos como pobres mostraron un alto nivel de empatía y solidaridad. Esto revela que la “insensibilidad” de los ricos no es innata o categórica, sino provocada por circunstancias, y que estas personas pueden cambiar gracias a pequeños estímulos que contribuyan a modificar sus valores.
En términos generales, desarrollar e implementar este tipo de acciones dirigidas a lograr una mayor consciencia social debería ser una prioridad en la agenda internacional y llevarse a cabo de manera conjunta por todos los estados del mundo, junto con la creación y puesta en marcha de políticas económicas y sociales más igualitarias que tiendan a disminuir la desigualdad social emergente.
En el plano particular, sobre todo en el caso de aquellos afortunados que lograron incrementar su patrimonio en los últimos años, lo observado en esta columna debería promover un análisis profundo que les permita explorar su manera de comportarse con los demás y replantearse, a partir de sus conclusiones, sus valores sociales y espirituales.
Si queremos evitar que el mundo que habitamos se convierta en un lugar cada vez más individualista y hostil, esto debería ser una obligación para todos nosotros.
FUENTE: https://puertofinanzas.com/articles/comportamientos-egoistas-de-gente-adinerada#.VSas9_mUdqU
ENVIADO DESDE PUERTO FINANZAS
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