Pareciera que secretamente los políticos están unidos a ese cordón umbilical de un guión, con gestos copiados, sonrisas dibujadas, abrazos y presencia, en una imagen estandarizada.
Si bien algunos “van por mas” y hacen cosas
que en otro momento jamás lo harían. Todo es atraído por ese voto que los impulsan a atreverse a más. Entonces da lo
mismo bailar, actuar, vestirse de payaso y caer en el ridículo.
Frente al microscopio
social hay una honestidad poco desarrollada y aunque sean unos magníficos actores, se les nota. Porque
el histrionismo es llevado a su máxima expresión, aunque a
veces los nervios le juegan una mala pasada. Con acartonada actitud armada para la foto, el diseño de la imagen
lo expone como el candidato perfecto. Todos tienen un argumento que los favorece, y aún las encuestas
para cada uno, mide positivamente. Llevando
la crítica mordaz hacia sus oponentes,
como un hábil peregrino caminando con
zapatos que no son suyos.
La luz de sus propias convicciones proyecta sobre las sombras de sus defectos, sabiéndose esclavo de sus
palabras y acciones, y empobrecido de
ideas propias. Se cubren de frases que parecen una expresión poética de
emociones con que tiñen cada discurso que
enciende a las masas. Y todas están moldeadas de intenciones, donde hay un
juego en el propio lenguaje. Ese lenguaje que le permite ser la llegada a la
gente. Porque sin lenguaje no hay política, no hay critica, no hay nada. Términos que chocan y se entrelazan ante el
pensamiento que se bosqueja por sustracción, ganándole a la negatividad, sin
gravitar en nada concreto.
Ningún político se viste de humildad cuando quiere caminar
sobre la espesura del poder. Y el impulso de las promesas que van dejando gana
adeptos , y lo saben, y saben usarla, aun reconociendo que tal vez quedaran en
eso: una promesa. Pero nada los detiene. Saben actuar, y logran transformar la
realidad por unos instantes. Ya que la seducción del político enamora a la gente. Es como un perfume en el aire que los hipnotiza y los conduce a creer
y a tener esperanzas en "el candidato".
La propaganda de los políticos atrae las miradas y allí los
parásitos asumen su rol. Y encuentran en
esa amalgama entre la política y la gente, el alimento perfecto para
engordarse. El Dr. Gabriel Boragina en su libro “La credulidad “ dice: "Un pueblo
de mentalidad esclavista tendrá en alta estima el parasitismo político… Por
otro lado, no es menor la importancia de la propaganda que los parásitos políticos
mismos realizan de su actividad y que hace fácil presa de ella -especialmente-
a las personas menos pensantes o directamente ignorantes”. Parásitos mentales
como describe Ayn Rand en su libro “El Manantial”: un “ hombre que engaña y
miente, pero que conserva una fachada respetable. Él se sabe deshonesto, pero
los otros creen que es honesto, y de eso deriva su propio respeto, de segunda
mano. Un hombre que adquiere crédito por una obra que no le pertenece: Se sabe
mediocre, pero es grande ante los ojos de los demás”.
Es que “la fe en los políticos es algo bastante difícil de explicar” – piensa Boragina-.
Hay una creencia en
que “ese salvador terrenal”, vendrá a salvarnos de todos los males que el
anterior gobernante hizo, o no hizo como
lo esperábamos.
Ese candidato con el
pecho cargado de aspiraciones, pero con los bolsillos vacíos, que rebosaran en
poco tiempo.
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