Donald Trump ha hecho un gran servicio público a Estados Unidos. Lo digo en serio. Al aprovecharse de las leyes fiscales estadounidenses de una forma tan espectacular ha puesto el foco sobre la corrupción que se encuentra en el corazón de la política de EEUU: el código tributario.
La mayoría de la gente, cuando discute sobre impuestos, tiende a abordar la cuestión en términos de izquierda y derecha. La derecha dice que los impuestos son demasiado altos para todos. A la izquierda le preocupa que los ricos no pagan una parte equitativa. Y, sin embargo, los hechos no respaldan ninguna de estas afirmaciones. La forma más simple de juzgar el sistema impositivo de un país es fijarse en sus ingresos fiscales procedentes de todos los niveles de gobierno como un porcentaje del PIB. EEUU tiene la cuarta carga fiscal más baja del mundo industrializado, al situarse en el puesto 31º de 34 en el ranking de la OCDE. El porcentaje estadounidense es hoy en día más bajo de lo que era en el año 2000, mientras que la media de la OCDE es más o menos similar. No es cierto que los ricos pagan pocos impuestos en EEUU. Obviamente, algunos se las arreglan para pagar menos -o, como en el caso de Trump, no pagar- impuestos. Pero el Gobierno federal obtiene la mayor parte de sus ingresos de los impuestos sobre la renta, y el 70% de los ingresos federales corre a cuenta del 10% de estadounidenses más ricos.
La mayoría de los países dependen totalmente de impuestos sobre el valor añadido -a menudo del 25%-, que 'afectan' a todos por igual. Resumiendo una investigación académica para el diario 'The Washington Post', Dylan Matthewsescribe: "Estados Unidos tiene, de lejos, el sistema más progresivo de impuestos sobre la renta, la nómina, el patrimonio y la propiedad de todos los países desarrollados".
El problema con el sistema impositivo americano es otro:su complejidad. EEUU tiene el código fiscal más extenso del mundo. Un escolar llamado Sean Ehrlich contabilizó sus palabras en 3.866.392. Alemania y Francia tienen códigos un 10% más cortos. Y, a la hora de comparar a nivel internacional, EEUU obtiene un resultado muy pobre en esta materia. El Índice sobre la Facilidad para hacer negocios del Banco Mundial posiciona a Estados Unidos en el puesto 53º por su sistema impositivo. El Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial pregunta a los ejecutivos sobre las cinco mayores cargas para los negocios en un país. En EEUU, el número 1 y el número dos son los impuestos y las regulaciones fiscales.
Incluso aunque Estados Unidos es generalmente más competitivo que otros países ricos, su sistema fiscal es mucho más complicado e ineficiente. ¿Por qué esta anomalía? La respuesta es que es intencional -una característica, no un error, del sistema-. La complejidad del código impositivo existe porque se ha diseñado así, porque posibilita el rasgo distintivo del sistema político estadounidense: la captación de fondos.
América es única entre las democracias al requerir, a todos los niveles de la política, que esas enormes cantidades de dinero procedan del sector privado. Para conseguir el dinero que necesitan, congresistas y senadores necesitan ofrecer algo a cambio, y lo que 'venden' son enmiendas al sistema impositivo. Cuando pagas 5.000 dólares por un pésimo desayuno con un congresista, no están pagando por sus conocimientos o su personalidad. Tú, y otros como tú, estáis comprando una línea del código, y por eso tiene miles de páginas. Esta es la última maquinación "pay for play" (pagar por jugar) del mundo.
Todas estas pequeñas incorporaciones y exenciones al código fiscal son políticas económicas terribles. Desvían la actividad de negocios hacia áreas que no tienen sentido económico, pero que proporcionan beneficios fiscales. Su coste es elevado y premian a personas y negocios por actividades que habrían llevado a cabo de todas formas. Y, lo más dañino de todo, están ocultas y a menudo son eternas, porque no requieren una reautorización. Si el Congreso quiere proporcionar fondos a algo, podría hacerlo abiertamente concediendo una subvención. Pero otorgando un crédito fiscal complejo, se asegura de que nadie se de cuenta de que está dando efectivo a una compañía o industria.
Solo hay dos formas de solucionar este problema. Una sería impedir que la gente entregue dinero a los políticos. Pero el Tribunal Supremo decretó en Buckley v. Valeo en 1976 que el dinero es expresión y, por consiguiente, está protegido constitucionalmente (creo que ésta es una visión que no comparte ninguna democracia). Eso nos deja otro camino: retirar lo que el Congreso vende. Si se diseñase un código tributario corto y simple, con un puñado de deducciones, lospolíticos tendrían poco para ofrecer a las personas como compensación. Uno podría pagarles de todas formas, por sus ideas y personalidades, pero sospecho que el flujo de dinero se reduciría a un goteo. Es la solución simple y única para el cáncer en la política estadounidense. Y podemos darle las gracias a Donald Trump por resaltarlo.
* De orígen indio e instalado en Nueva York, Fareed Zakaria es posiblemente el analista más influyente del mundo en temas de política internacional. Pasó por las universidades de Yale y Harvard, tiene su propio programa en la CNN y trabaja como editor de la revista TIME. Sus análisis se publican en algunos de los diarios más prestigiosos del mundo, como The Washington Post.
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