John Maynard Keynes es uno de los economistas más famosos del último siglo. Nacido en el Reino Unido en 1883, Keynes estudió en la Universidad de Cambridge con dos gigantes del pensamiento económico: Alfred Marshall y Arthur Pigou.
En la década del '30, el británico pasó a la posteridad, transformándose en una verdadera celebridad económica.Para el autor inglés, la salida de la Gran Depresión llegaría cuando el Banco Central redujera la tasa de interés y cuando el gobierno incrementara el gasto público, de manera de hacer crecer la “demanda agregada”. Las ideas de Keynes fueron especialmente atractivas para los políticos. Es que sugerían que éstos tenían, en sus manos y lapiceras, la receta infalible para curar la recesión.
A partir de ese momento, un mantra keynesiano rodea a la gran mayoría de los funcionarios públicos. Y, casi 100 años después, la Argentina no es ajena a esta tendencia.
Recientemente, Alfonso Prat-Gay, Ministro de Hacienda y Finanzas de la Nación, repitió el mantra al pie de la letra. Consultado sobre las tasas de interés, afirmó que “demostrada como está la tendencia declinante de la inflación, las tasas resultan demasiado altas”.
Por otro lado, respecto del gasto público, afirmó:
“… hay otros economistas que están más apurados y quieren bajar el gasto público [pero] no hay ningún libro de economía que haya leído que recomiende bajar el gasto en medio de una recesión (…) Lo que decía Keynes es que cuando la economía está en recesión, y la demanda privada no empuja, es responsabilidad del sector público reemplazar esa demanda privada.”
El ministro se equivoca. En primer lugar, porque cuando Keynes ofrecía las propuestas que luego plasmaría en su famosa “Teoría General”, la inflación en Estados Unidos estaba entre 0% y valores fuertemente negativos. Además, el gasto público representaba el 3,4% del PBI y el presupuesto estaba equilibrado. Es decir, no había déficit fiscal que recortar.
Nuestro caso es sumamente distinto. La inflación según la Ciudad de Buenos Aires se elevó al 43,5% anual en agosto. Además, el déficit en 2015 fue superior al 6% del PBI, y según el Fondo Monetario Internacional, el gasto público supera el 40% del PBI.
Otro tema a considerar es que sí existen libros que proponen la austeridad pública para salir de la recesión. En su obra La Gran Depresión, Murray Newton Rothbard, explica a la gran crisis norteamericana como un proceso de ajuste del mercado a un desequilibrio previo creado por el estado.
En este marco, afirma:
“El mandato más importante de una política de estado seria durante una depresión es mantenerse al margen de la intervención en el proceso de ajuste (…)
Sí existe, sin embargo, algo que el gobierno puede hacer con un efecto positivo: puede reducir drásticamente su rol relativo en la economía, recortando su propio gasto y los impuestos (…)
En resumen, la política gubernamental adecuada para las depresiones es un estricto laissez-faire, incluyendo un riguroso recorte presupuestario.”
Lo argumentado por Rothbard no es solamente una proclama teórica. Durante ladepresión de 1920-1921, esto fue precisamente lo que hizo el gobierno de los Estados Unidos. En 1920, el gasto público cayó 65%, desde USD 18.400 a USD 6.400 millones. Al año siguiente, el gasto volvió a reducirse, alcanzándose el equilibrio presupuestario y luego el superávit fiscal. Después de la depresión, que redujo el PBI per cápita en un 6,3%; en 1922 este indicador ya crecía al 4,1%, mientras que avanzó 11,3% en 1923. La austeridad y el crecimiento fueron de la mano.
Otro ejemplo similar es el de Irlanda, que salió de la recesión reduciendo su gasto y achicando el déficit, lo que le permitió mantener un sistema impositivo amigable con las empresas del mundo.
Alfonso Prat-Gay se equivoca al pensar que no reducir el gasto público, e incluso aumentarlo para fines tan necesarios como financiar las producciones artísticas de Andrea del Boca, es bueno para la economía.
La crisis actual de Argentina es producto del exceso de gasto público. Éste llevó el déficit a un nivel insostenible, la inflación a los valores más elevados del mundo, y la presión tributaria a un punto de asfixia de la actividad productiva.
Reducir el gasto es lo que permitirá achicar el déficit y, en última instancia, reducir los impuestos que pagan empresas y familias. Y sólo con menos impuestos, mayor previsibilidad y menos regulaciones, se materializará la inversión privada que el país necesita para salir adelante.
De no ser así, todo quedará en palabras, y seguiremos transitando el largo proceso de decadencia que hace que hoy tengamos un inadmisible nivel de atraso y pobreza.
Un saludo, Iván. - Desde Inversor Global
No hay comentarios:
Publicar un comentario