Mala praxis no es sinónimo de crisis, pero sí de una nueva gestión de incertidumbre
Cronista,com
HERNAN DE GOÑI subdirector Periodístico
La economía no está bien. Ese dato es público, palpable. No requiere de demasiadas estadísticas. El hecho relevante, sin embargo, es que la situación podría ser mejor. La mayoría de los consultores sostienen que esta distancia entre lo real y lo posible tiene una sola explicación: la mala praxis que domina a la gestión.
El Gobierno, por su parte, responde que el mundo se le cayó encima, como si simplemente hubiera chocado el auto en una esquina, pero sin hacerse cargo de que estaba cruzando una avenida con luz amarilla. Por esta razón, el objeto de este análisis no será revisar el deterioro de una variable en particular, sino el tenor de las percepciones con las que el Poder Ejecutivo se mueve en actual contexto económico. La apuesta, ya descontada, es que la coyuntura empeorará. Lo relevante entonces es evaluar si existe, para bien de todos, alguna posibilidad de que la brecha se achique.
Cuando Nassim Taleb escribió El cisne negro, el sistema financiero global estaba en pleno proceso de implosión. Corría 2008 y el mundo se preguntaba por qué nadie se había advertido el nivel de riesgo que en los años previos había incubado el mercado hipotecario de EE.UU. El autor, un ex operador bursátil que se transformó en un reconocido académico, trató de instalar una nueva categoría de análisis, por considerar que el razonamiento humano hoy está más formateado para dar explicaciones en retrospectiva que para anticipar sucesos que consideramos improbables o aleatorios.
Trasladar a la Argentina la posible aparición de un cisne negro no implica sembrar, de por sí, la posibilidad de una crisis económica. El propósito es otro. Es dejar abierto el análisis a la probabilidad de que ocurra algo que no está en nuestros cálculos.
Como señalamos en el comienzo, muchas evaluaciones de corto y mediano plazo asumen como un hecho la incapacidad del Gobierno para reconocer su propia mala praxis, dando lugar a que se espiralice la incertidumbre y el deterioro se acreciente. Son tan pocos los que esperan algo diferente que, a mi entender, han transformado la potencial reacción oficial en un cisne negro.
De la crisis segura a un estancamiento probable hay mucha distancia. El frente de tormenta está delante, y las señales no indican que haya sido ignorado. El punto es que el kirchnerismo decidió mutar el patrón de respuestas, por lo que nadie, hasta el momento, está seguro de la eficacia de sus remedios.
Repasemos, para empezar, su capacidad de diagnóstico. Después de la victoria en la elección presidencial, se instaló la idea de una sintonía fina para ajustar recursos a la caída de los ingresos proyectada para 2012. El cepo cambiario asimiló, a fin de 2011, la menor cosecha y una esperable tendencia declinante de las exportaciones. La modificación de la Carta Orgánica del BCRA para ampliar el financiamiento al Tesoro tuvo como fundamento, en mazo pasado, una potencial recesión. La expropiación de YPF buscó apelar a recursos privados para financiar el déficit energético. Y en forma más reciente, el traspaso compulsivo del subte a Macri, el descongelamiento tarifario del transporte y la moderada asistencia fiscal a Buenos Aires (compensada con un crédito caro de la ANSeS) hablan de un Estado que se anticipa a una futura escasez.
En todos los casos se percibe capacidad para anticiparse a los hechos. Pero siempre por caminos oblicuos, mcasi siempre rechazados porque no encastran en la estructura de razonamiento clásica.
Como si fuese poco, el relato de los hechos enmaraña aún más la comprensión. El kirchnerismo es conciente de sus falacias narrativas, pero apela a ellas en forma constante porque son un validador político de sus acciones, al punto tal de que cada decisión económica que toma debe estar respaldada por un argumento que encastre en esta reescritura de la historia.
Este sometimiento al relato no implica que el Gobierno se ate de pies y manos. Solo hay que seguir su nueva lógica, admitiendo incluso que algunos excesos se vuelvan centrales (como la batalla cultural contra el dólar).
En ámbitos empresarios, por lo pronto, la recesión despierta menos certezas que en los analistas. Hay sectores que esperan incrementos de facturación bien por encima de 30% y otros ven un freno moderado. Ni siquiera en la industria automotriz se percibe un pesimismo fatalista. Hay varios rubros fabriles con un semestre de caída en la producción, pero el promedio todavía no es terminante.
Los inversores saben que el mundo no se cayó del todo. Y que si bien China y Brasil atravesaron los procesos de desaceleración más importantes de su ciclo reciente, terminarán el año con crecimientos de 7,5% y 2%, respectivamente. Más allá de las dólares y los pesos que aportará la soja récord, también esperan que el principal socio del Mercosur levante cabeza justo a tiempo para sostener la demanda argentina.
¿La brecha cambiaria, la pérdida de competitividad de la economía, la erosión de los ingresos por la inflación, el estancamiento de la creación de empleo y la merma en la inversión no son problemas a atender por parte del Gobierno? Hay que considerar probable que se adopten respuestas para estos frentes, pero no en línea con fórmulas ya aplicadas. El kirchnerismo asume que una de las razones de las crisis pasadas es que los gobiernos siempre trataron de resolverlas buscando complacer a los mercados, sin resultados positivos. Por ello sus acciones futuras continuarán respetando tres premisas clave: reforzar el rol del Estado, fuente del poder político K; ser consistentes con el relato y trasladar el costo a los sectores de ingresos más altos (o a los distritos políticamente rivales).
Los empresarios hoy no discuten el modelo, por lo cual no cabe esperarse una presión para introducir cambios que vaya más allá de la moderación de las múltiples arbitrariedades que caracterizan a la actual política económica. La devaluación del peso tampoco es una salida universal para la ascendente presión de costos. La mayoría de las compañías tiene integrados sus procesos productivos e importan insumos, con lo cual el estímulo cambiario suma por un lado pero resta por el otro.
La brecha del dólar tampoco ha tenido hasta ahora impacto en precios que paguen los consumidores, ya que en ese sentido los controles de Guillermo Moreno siguen férreos. El funcionario ha reconocido en charlas reservadas que ya llegará el momento de actuar sobre la inflación. Difícilmente sea antes de que esté activo el IPC Nacional en el que colabora el FMI, previsto para 2013.
La mala praxis activó, en el segundo trimestre del año, un fuerte freno a la actividad, con controles innecesarios que causaron una parálisis sin sentido en muchos rubros de la economía. Algunos de ellos están siendo corregidos (como los plazos para liquidar divisas y determinados trámites para importar). El Gobierno no está exento de crear su propio cisne negro, lo que le ha sucedido en el pasado cada vez que tocó algún resorte delicado y encontró como respuesta un proceso de fuga de capitales del sistema financiero. Los funcionarios también deben asumir que así como ellos no respetan las expectativas racionales, los inversores y ahorristas tampoco tienen por qué hacerlo, ni siquiera cuando el bien tutelado sea el interés general.
La economía puede empeorar, pero también hay que asumir que puede terminar con un leve crecimiento. La mala praxis no debe ser asumida como sinónimo de crisis. Solo impone una nueva gestión de la incertidumbre.
El Gobierno, por su parte, responde que el mundo se le cayó encima, como si simplemente hubiera chocado el auto en una esquina, pero sin hacerse cargo de que estaba cruzando una avenida con luz amarilla. Por esta razón, el objeto de este análisis no será revisar el deterioro de una variable en particular, sino el tenor de las percepciones con las que el Poder Ejecutivo se mueve en actual contexto económico. La apuesta, ya descontada, es que la coyuntura empeorará. Lo relevante entonces es evaluar si existe, para bien de todos, alguna posibilidad de que la brecha se achique.
Cuando Nassim Taleb escribió El cisne negro, el sistema financiero global estaba en pleno proceso de implosión. Corría 2008 y el mundo se preguntaba por qué nadie se había advertido el nivel de riesgo que en los años previos había incubado el mercado hipotecario de EE.UU. El autor, un ex operador bursátil que se transformó en un reconocido académico, trató de instalar una nueva categoría de análisis, por considerar que el razonamiento humano hoy está más formateado para dar explicaciones en retrospectiva que para anticipar sucesos que consideramos improbables o aleatorios.
Trasladar a la Argentina la posible aparición de un cisne negro no implica sembrar, de por sí, la posibilidad de una crisis económica. El propósito es otro. Es dejar abierto el análisis a la probabilidad de que ocurra algo que no está en nuestros cálculos.
Como señalamos en el comienzo, muchas evaluaciones de corto y mediano plazo asumen como un hecho la incapacidad del Gobierno para reconocer su propia mala praxis, dando lugar a que se espiralice la incertidumbre y el deterioro se acreciente. Son tan pocos los que esperan algo diferente que, a mi entender, han transformado la potencial reacción oficial en un cisne negro.
De la crisis segura a un estancamiento probable hay mucha distancia. El frente de tormenta está delante, y las señales no indican que haya sido ignorado. El punto es que el kirchnerismo decidió mutar el patrón de respuestas, por lo que nadie, hasta el momento, está seguro de la eficacia de sus remedios.
Repasemos, para empezar, su capacidad de diagnóstico. Después de la victoria en la elección presidencial, se instaló la idea de una sintonía fina para ajustar recursos a la caída de los ingresos proyectada para 2012. El cepo cambiario asimiló, a fin de 2011, la menor cosecha y una esperable tendencia declinante de las exportaciones. La modificación de la Carta Orgánica del BCRA para ampliar el financiamiento al Tesoro tuvo como fundamento, en mazo pasado, una potencial recesión. La expropiación de YPF buscó apelar a recursos privados para financiar el déficit energético. Y en forma más reciente, el traspaso compulsivo del subte a Macri, el descongelamiento tarifario del transporte y la moderada asistencia fiscal a Buenos Aires (compensada con un crédito caro de la ANSeS) hablan de un Estado que se anticipa a una futura escasez.
En todos los casos se percibe capacidad para anticiparse a los hechos. Pero siempre por caminos oblicuos, mcasi siempre rechazados porque no encastran en la estructura de razonamiento clásica.
Como si fuese poco, el relato de los hechos enmaraña aún más la comprensión. El kirchnerismo es conciente de sus falacias narrativas, pero apela a ellas en forma constante porque son un validador político de sus acciones, al punto tal de que cada decisión económica que toma debe estar respaldada por un argumento que encastre en esta reescritura de la historia.
Este sometimiento al relato no implica que el Gobierno se ate de pies y manos. Solo hay que seguir su nueva lógica, admitiendo incluso que algunos excesos se vuelvan centrales (como la batalla cultural contra el dólar).
En ámbitos empresarios, por lo pronto, la recesión despierta menos certezas que en los analistas. Hay sectores que esperan incrementos de facturación bien por encima de 30% y otros ven un freno moderado. Ni siquiera en la industria automotriz se percibe un pesimismo fatalista. Hay varios rubros fabriles con un semestre de caída en la producción, pero el promedio todavía no es terminante.
Los inversores saben que el mundo no se cayó del todo. Y que si bien China y Brasil atravesaron los procesos de desaceleración más importantes de su ciclo reciente, terminarán el año con crecimientos de 7,5% y 2%, respectivamente. Más allá de las dólares y los pesos que aportará la soja récord, también esperan que el principal socio del Mercosur levante cabeza justo a tiempo para sostener la demanda argentina.
¿La brecha cambiaria, la pérdida de competitividad de la economía, la erosión de los ingresos por la inflación, el estancamiento de la creación de empleo y la merma en la inversión no son problemas a atender por parte del Gobierno? Hay que considerar probable que se adopten respuestas para estos frentes, pero no en línea con fórmulas ya aplicadas. El kirchnerismo asume que una de las razones de las crisis pasadas es que los gobiernos siempre trataron de resolverlas buscando complacer a los mercados, sin resultados positivos. Por ello sus acciones futuras continuarán respetando tres premisas clave: reforzar el rol del Estado, fuente del poder político K; ser consistentes con el relato y trasladar el costo a los sectores de ingresos más altos (o a los distritos políticamente rivales).
Los empresarios hoy no discuten el modelo, por lo cual no cabe esperarse una presión para introducir cambios que vaya más allá de la moderación de las múltiples arbitrariedades que caracterizan a la actual política económica. La devaluación del peso tampoco es una salida universal para la ascendente presión de costos. La mayoría de las compañías tiene integrados sus procesos productivos e importan insumos, con lo cual el estímulo cambiario suma por un lado pero resta por el otro.
La brecha del dólar tampoco ha tenido hasta ahora impacto en precios que paguen los consumidores, ya que en ese sentido los controles de Guillermo Moreno siguen férreos. El funcionario ha reconocido en charlas reservadas que ya llegará el momento de actuar sobre la inflación. Difícilmente sea antes de que esté activo el IPC Nacional en el que colabora el FMI, previsto para 2013.
La mala praxis activó, en el segundo trimestre del año, un fuerte freno a la actividad, con controles innecesarios que causaron una parálisis sin sentido en muchos rubros de la economía. Algunos de ellos están siendo corregidos (como los plazos para liquidar divisas y determinados trámites para importar). El Gobierno no está exento de crear su propio cisne negro, lo que le ha sucedido en el pasado cada vez que tocó algún resorte delicado y encontró como respuesta un proceso de fuga de capitales del sistema financiero. Los funcionarios también deben asumir que así como ellos no respetan las expectativas racionales, los inversores y ahorristas tampoco tienen por qué hacerlo, ni siquiera cuando el bien tutelado sea el interés general.
La economía puede empeorar, pero también hay que asumir que puede terminar con un leve crecimiento. La mala praxis no debe ser asumida como sinónimo de crisis. Solo impone una nueva gestión de la incertidumbre.
Fuente:publicado en www.cronista.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario