Quienes lo han experimentado, sufren una transformación.
Ya no son como el resto. Se tornan diferentes. Me refiero al poder.
Como lo puso Dostoyevsky (más o menos), el que ha tenido el poder, ha tenido la capacidad para humillar sin límites a otros y, con eso, lo que gana en poder sobre otros lo pierde en controlarse a sí mismo.
Es, al final de cuenta, como una intoxicación adictiva, un hábito adquirido que es en realidad una enfermedad.
H. Kissinger explicó al poder como el mayor de todos los afrodisiacos. B. Tuchman, la historiadora estadounidense, como una causa del embrutecimiento del gobernante y la explicación de sus fantasías.
En fin, el poder, como las más tóxicas sustancias, debe ser manejado con precaución extrema y ser dado en dosis pequeñas.
Tome usted, un sistema de gobierno, el que usted quiera, y verá qué él puede ser medido en cuanto a la cantidad de poder que pide para los gobernantes. Y verá que en lo general son mejores los gobiernos que menos poder conceden a sus gobernantes.
En cambio, allí donde el sistema político reclama grandes dosis de poder a los gobernantes, las cosas no serán tan buenas para sus ciudadanos.
O tome usted un caso común, el del político que afirma conocer cual es el mayor bien de la nación y saber como alcanzarlo.
Con esas creencias en mente, tal político actuará de manera curiosa: intentando llevar el bienestar a todos jamás se le ocurrirá consultarlos ni solicitar su anuencia para actuar y tomar decisiones. A pesar de eso, se sentirá portavoz del pueblo y la encarnación de la nación.
Existe, en esos casos de gobernantes con poder excedido, una mentalidad fascinante. Piensan que el suyo es un gobierno en el que las mayorías reinan, cuando en realidad es un gobierno en el que las mayorías son puestas de lado y gobierna una minoría.
Sucede esto, muy claramente en Venezuela y en Cuba, donde el disfraz es la voluntad nacional y la realidad es la voluntad del poder.
Lo que creo que bien vale una segunda opinión es la consideración del poder como una droga muy adictiva que transforma las mentes de quienes la consumen.
Produciendo fantasías y alucinaciones, esta droga lleva a la construcción de realidades virtuales en la mente de quien la experimenta. En esos mundos ilusorios, todo funciona según los deseos del gobernante, como elevar el gasto público para crear prosperidad sin que la deuda cause estragos.
Lo anterior se sabe y ha sido escrito desde hace tiempo. No es nuevo, aunque la realidad es que ha sido un conocimiento ignorado. Una y otra vez se comete el mismo error, el de ignorar que el poder es una droga fatal que en los gobernantes causa alucinaciones y desvaríos.
A pesar de eso, le les sigue suministrando la sustancia. ¿Por qué?
¿Qué es lo que hace que la droga siga siendo surtida en abundancia a los gobernantes?
Como en el tráfico de drogas, el distribuidor tiene beneficios, gana dinero. Quien aprueba que el gobernante exceda su poder lo hace porque le conviene. Quienes rodean al gobernante trastornado se benefician de su estado, incluso ellos mismo prueba la droga y se vuelven adictos también.
Como resultado, el gobierno se vuelve un conjunto de poder-adictos que crean sus propios mundos en los que sus voluntades son leyes naturales y se alejan de la ciudadanía a la que, sin embargo, piensan ayudar y proteger.
Y si acaso salen del poder por alguna razón, como competir por un mayor puesto y pierden en las elecciones, eso es una tragedia mayor. Estarán dispuesto a todo con tal de regresar.
Pero hay más. Hay quienes apoyan el consumo de la droga del poder en los gobernantes. Son los que alejados de la autoridad piensan que las locuras del gobernante pueden llegar a ellos.
Que quizá les llegue una casa regalada, un pago mensual por tener hijos ilegítimos, una ayuda en sacos de cemento, unos artículos escolares. Es como el que espera sacarse la lotería, que en este caso es la locura diaria del gobernante adicto.
De todas las sustancias tóxicas que existen, de todas las drogas adictivas que hay, ninguna es más peligrosa que el poder. Crea él ceguera, locura, sueños de grandeza, fantasías que se vuelven las peores pesadillas que se pueden vivir en política. De allí que los mejores gobiernos sean lo que menos poder dan a los políticos.
Ya no son como el resto. Se tornan diferentes. Me refiero al poder.
Como lo puso Dostoyevsky (más o menos), el que ha tenido el poder, ha tenido la capacidad para humillar sin límites a otros y, con eso, lo que gana en poder sobre otros lo pierde en controlarse a sí mismo.
Es, al final de cuenta, como una intoxicación adictiva, un hábito adquirido que es en realidad una enfermedad.
H. Kissinger explicó al poder como el mayor de todos los afrodisiacos. B. Tuchman, la historiadora estadounidense, como una causa del embrutecimiento del gobernante y la explicación de sus fantasías.
En fin, el poder, como las más tóxicas sustancias, debe ser manejado con precaución extrema y ser dado en dosis pequeñas.
Tome usted, un sistema de gobierno, el que usted quiera, y verá qué él puede ser medido en cuanto a la cantidad de poder que pide para los gobernantes. Y verá que en lo general son mejores los gobiernos que menos poder conceden a sus gobernantes.
En cambio, allí donde el sistema político reclama grandes dosis de poder a los gobernantes, las cosas no serán tan buenas para sus ciudadanos.
O tome usted un caso común, el del político que afirma conocer cual es el mayor bien de la nación y saber como alcanzarlo.
Con esas creencias en mente, tal político actuará de manera curiosa: intentando llevar el bienestar a todos jamás se le ocurrirá consultarlos ni solicitar su anuencia para actuar y tomar decisiones. A pesar de eso, se sentirá portavoz del pueblo y la encarnación de la nación.
Existe, en esos casos de gobernantes con poder excedido, una mentalidad fascinante. Piensan que el suyo es un gobierno en el que las mayorías reinan, cuando en realidad es un gobierno en el que las mayorías son puestas de lado y gobierna una minoría.
Sucede esto, muy claramente en Venezuela y en Cuba, donde el disfraz es la voluntad nacional y la realidad es la voluntad del poder.
Lo que creo que bien vale una segunda opinión es la consideración del poder como una droga muy adictiva que transforma las mentes de quienes la consumen.
Produciendo fantasías y alucinaciones, esta droga lleva a la construcción de realidades virtuales en la mente de quien la experimenta. En esos mundos ilusorios, todo funciona según los deseos del gobernante, como elevar el gasto público para crear prosperidad sin que la deuda cause estragos.
Lo anterior se sabe y ha sido escrito desde hace tiempo. No es nuevo, aunque la realidad es que ha sido un conocimiento ignorado. Una y otra vez se comete el mismo error, el de ignorar que el poder es una droga fatal que en los gobernantes causa alucinaciones y desvaríos.
A pesar de eso, le les sigue suministrando la sustancia. ¿Por qué?
¿Qué es lo que hace que la droga siga siendo surtida en abundancia a los gobernantes?
Como en el tráfico de drogas, el distribuidor tiene beneficios, gana dinero. Quien aprueba que el gobernante exceda su poder lo hace porque le conviene. Quienes rodean al gobernante trastornado se benefician de su estado, incluso ellos mismo prueba la droga y se vuelven adictos también.
Como resultado, el gobierno se vuelve un conjunto de poder-adictos que crean sus propios mundos en los que sus voluntades son leyes naturales y se alejan de la ciudadanía a la que, sin embargo, piensan ayudar y proteger.
Y si acaso salen del poder por alguna razón, como competir por un mayor puesto y pierden en las elecciones, eso es una tragedia mayor. Estarán dispuesto a todo con tal de regresar.
Pero hay más. Hay quienes apoyan el consumo de la droga del poder en los gobernantes. Son los que alejados de la autoridad piensan que las locuras del gobernante pueden llegar a ellos.
Que quizá les llegue una casa regalada, un pago mensual por tener hijos ilegítimos, una ayuda en sacos de cemento, unos artículos escolares. Es como el que espera sacarse la lotería, que en este caso es la locura diaria del gobernante adicto.
De todas las sustancias tóxicas que existen, de todas las drogas adictivas que hay, ninguna es más peligrosa que el poder. Crea él ceguera, locura, sueños de grandeza, fantasías que se vuelven las peores pesadillas que se pueden vivir en política. De allí que los mejores gobiernos sean lo que menos poder dan a los políticos.
FUENTE: Publicado en ContraPeso.Info
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