jueves, 16 de mayo de 2013

Capitalismo y corrupción
Por Gabriel Boragina ©
Es frecuente que el vulgo asocie la corrupción con el sistema capitalista, e incluso muchos despistados sindiquen a este último como origen de la primera. Sin embargo, ha quedado ampliamente demostrado que la corrupción es un fenómeno inherentemente político y -más específicamente- tiene su origen en la detentación del poder político cuando este poder deviene en un sistema intervencionista. Como esta última es la situación de la mayoría de los países del mundo, es por dicha razón que, en casi todos ellos, se observen hechos de corrupción, a tal punto que podría sentarse una regla que dijera que a mayor grado de injerencia gubernamental en la economía, la corrupción tenderá -en idéntica o mayor proporción- a aumentar.

En un sentido inverso, la cada vez más amplia apertura de las economías mundiales devendrá en escalas menores de corrupción, hasta desaparecer casi por completo si el intervencionismo llegara a esfumarse. Entre intervencionismo y corrupción existe pues una relación de dependencia directamente proporcional de esta hacia aquel. Cuando aumenta el primero también lo hace la segunda. Podemos sintetizarlo con una fórmula que indique que el intervencionismo estatal siempre implicará corrupción (I C) (en lógica proposicional el símbolo denota implicancia). Si, en cambio, utilizáramos la teoría de los conjuntos describiríamos: C Є I (notación que significa que la corrupción pertenece o es un elemento del intervencionismo).

Y dado que el intervencionismo siempre es un fenómeno político (es decir, cuyo origen invariablemente es político) no puede nunca ser causado por los capitalistas ni por los empresarios, aunque muchos de estos se vean envueltos en los hechos de corrupción, no pocas veces porque no les queda ninguna otra alternativa, como veremos seguidamente.

Ludwig von Mises explicó este punto -con la claridad que lo caracteriza- ya hace tiempo de esta manera:

"En un sistema de libre economía de mercado, ninguna ventaja pueden los capitalistas y empresarios derivar del cohecho de fun­cionarios y políticos, no siéndoles tampoco posible a estos últimos coaccionar a aquéllos ni exigirles nada. En los países dirigistas, por el contrario, existen poderosos grupos de presión que bregan bus­cando privilegios para sus componentes, a costa siempre de otros grupos o personas más débiles. En tal ambiente, no es de extrañar que los hombres de empresa intenten protegerse contra los abu­sos administrativos comprando a los correspondientes funciona­rios. Es más; una vez habituados a dicha mecánica, raro será que, por su parte, no busquen también privilegios personales, al ampa­ro de la misma. Pero ni siquiera esa solución de origen dirigista entre los funcionarios públicos y los empresarios arguye en el sentido de que estos últimos sean omnipotentes y gobiernen el país. Porque son los consumidores, es decir, los supuestamente gobernados, no los en apariencia gobernantes, quienes aprontan las sumas que luego se dedicarán a la corrupción y al cohecho."[1]

En otras palabras, el dirigismo gubernamental ocasiona 4 efectos visibles inmediatos:

1.                  Una puja entre diversos grupos por los privilegios que otorga el gobierno.

2.                  La aparición de sectores beneficiados por las dádivas repartidas por el gobierno.

3.                  Los empresarios desfavorecidos por 2, tratan de protegerse comprando a los funcionarios que podrían brindarles tal resguardo.

4.                  Este mecanismo perverso se retroalimenta a sí mismo en una suerte de círculo vicioso que hace que se vuelva a 1, y repitiéndose más tarde el mismo ciclo: 1, 2, 3, 4....1...etc.

Básicamente, este es el circuito "intervencionismo (intrusión gubernamental)- corrupción" que se repite en forma constante donde el gobierno insista en obstruir el funcionamiento de la economía. 

Queda claro pues que, el sistema de economía de libre mercado también llamado capitalista nada tiene que ver con la corrupción, ni en su origen, ni tampoco -obviamente- en su desarrollo ni en sus consecuencias. Y de las enseñanzas del maestro Mises podemos derivar que, a mayor intervención, mayor corrupción, lo que sintetizaremos en la siguiente fórmula: (+ i = + C)

La búsqueda de privilegios es una consecuencia necesaria de la corrupción gubernamental y no puede encontrar otra causa. En tanto el gobierno sea corrupto (lo será por definición si es intervencionista) y su corrupción se expanda, obligará mas y mas a los diferentes agentes económicos a entrar en su circuito diabólico de corrupción desenfrenada. Esto se ha visto y se sigue viendo en muchos países del mundo, y en Latinoamérica es notorio en la Venezuela chavista, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia y los Kirchner en la Argentina como los casos más salientes del Cono Sur, lo que -a su turno- indica que el grado de interferencia de estos gobiernos en la economía de sus respectivas naciones es enormemente elevada (+ I = + C).

Por último, L. v. Mises aporta un dato de extrema importancia, por el cual nos explica que, dado que las sumas distraídas "que luego se dedicarán a la corrupción y al cohecho" son -en última instancia- aprontadas por "los consumidores, es decir, los supuestamente gobernados, no los en apariencia gobernantes" son aquellos y no los empresarios ni los capitalistas los que -en rigor- están financiando la corrupción y el cohecho. O sea -en otros términos- el gobierno estaría forzando a los consumidores a sostener dinerariamente el sistema corrupto impuesto por el mismo gobierno, sufragándolo a través de los empresarios y capitalistas. Estos serian -en tal sistema- un simple medio y no un fin en sí mismo de la corrupción (lo que no implica, desde luego, que, como simples intermediarios al fin de cuentas, no obtengan ningún rédito del mecanismo por el cual son utilizados). La mayor tajada, claro está, se la llevaría el gobierno, y en menor proporción empresarios y capitalistas, recayendo las mayores pérdidas sobre el conjunto de la sociedad civil. En definitiva, la corrupción empobrece a todos a la larga.

Sumas que, de otro modo, empresarios y capitalistas deberían invertir en producción y comercialización de bienes y de servicios, son desviadas para alimentar la corrupción gubernamental. 


[1] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. , pág. 419 y 420 
www.accionhumana.comENVIADO POR MAIL POR SU AUTOR

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