Por Enrique Guillermo Avogadro
El
Gobierno, dueño y señor de la agenda nacional, ha consumado esta semana estragos
cuyos costos deberán ser soportados por nuestros hijos y nietos, condenando a la
Argentina a hundirse definitivamente en el lodo y en la nada de la
Historia.
Pero
el objetivo de esta nota es otro. Ante la escandalosa corrupción divulgada al
gran público por Jorge Lanata, mi pobre cabeza se ha llenado de preguntas que
aún no tienen respuestas, salvo la obvia: somos un pueblo manso y masoquista,
que goza con su exasperante humillación, hasta que pierde la paciencia y hace “tronar el
escarmiento”.
El
ciudadano común, ¿entiende que cuando lleva a su hijo al hospital, y allí no hay
gasas, alcohol o medicamentos, esto se debe a que Lázaro Báez necesitó comprarse
una nueva estancia, ahora en Uruguay? Los inundados de La Plata y los deudos de
los fallecidos, cuyo número se desconoce, ¿comprenden que lo que les pasó se
debió a que los fondos necesarios para las obras imprescindibles se
transformaron en Ferraris, en aviones, en pisos en Puerto Madero? Los familiares
de los 51 muertos de Once y de los 700 heridos, ¿se dan cuenta que ese crimen se
produjo porque los subsidios fueron derivados a las bóvedas de la casa de los
Kirchner?
Todos los que sufren
diariamente la inflación, ¿saben que el origen de la misma fue la decisión de
don Néstor (q.e.p.d.) de robarle YPF a Repsol, usando a los Eskenazi como
testaferros? ¿Cómo soportan quienes cumplen religiosamente con los impuestos que
quien los cobra esté imputado de robar créditos oficiales con un inexistente feedlot?; ¿no se indignan cuando los
pagos que realizan se convierten en relojes de lujo, en carteras Louis Vuitton,
en hoteles de la Patagonia, en motos Harley-Davison?
Los
abogados que defienden a perseguidos por la AFIP, ¿no le explican a sus clientes
que el principio de igualdad ante la ley, garantizado por la Constitución, les
permite exigir las mismas facilidades que consiguió Lázaro Báez para sus deudas?
Los que cruzan a Colonia y permiten que los perros de la DGI los huelan, todo
para hacerse de unos pocos dólares, ¿qué piensan cuando los funcionarios que los
insultan pesan su dinero por no poder contarlo? Quienes aúllan su apoyo
militante a doña Cristina, ¿cómo explican su ya sideral riqueza personal?
Quienes aplauden a Guita-rrita en los
actos, ¿saben que juntó a un grupo de amigos y se robó la máquina de imprimir
los billetes? Los que reniegan de haber votado a Menem, que robó dinero, ¿no se
impresionan con los Kirchner, a quienes también votaron, que han robado empresas
y actividades enteras?
Las
familias de los chicos que consumen paco, ¿saben que morirán indefectiblemente,
para que policías y funcionarios se puedan comprar más casas y más autos, además
de fugar su dinero a paraísos fiscales? Los jubilados que pasan hambre,
¿entienden que sus haberes no aumentan para que Aerolíneas Argentinas, que
permite viajar barato a los ricos, mantenga a los chicos de La Cámpora con
sueldos imperiales? Quienes viven en chabolas de lata y cartón, ¿qué piensan
cuando se enteran que Shoklender, Bonafini, Fatala y muchos otros funcionarios
se robaron el dinero que debía construir sus casas?
Quienes, todos los días,
sufrimos la presión tributaria más alta del mundo, ¿cómo no reaccionamos
indignados cuando el Estado, que recauda esos impuestos, no nos da educación, ni
salud, ni seguridad, ni jubilaciones dignas, ni transporte, ni justicia ni
defensa, y todo ello tenemos que buscarlo –los que podemos- en la actividad
privada (colegios, prepagas, etc.)? Podría continuar, hasta el infinito,
formulando preguntas por el estilo, pero más me preocupa hoy ignorar dónde están
las respuestas.
Con
las disparatadas medidas económicas que, sin ponerse colorados, los cinco
grandes del buen humor oficial encabezados por Patotín, anunciaron, el mundo entero
tomó nota de que, como carecen de dólares por la supina impericia que comparten
con la señora Presidente, están dispuestos a que lleguen a nuestras playas todos
los narcotraficantes, los terroristas y los funcionarios y empresarios corruptos
con sus valijas, bolsos y contenedores llenos de billetes mal habidos; pero,
dados los tenebrosos antecedentes de quienes manejan hoy nuestro país, creo que
ni siquiera ellos estarán dispuestos a otorgar un voto de tamaña confianza -¿le
compraría usted un auto usado a cualquiera de ellos?- al ignorante y ladrón
elenco gubernamental. En cambio, quienes tengan pesos “negros”, de cambio
imposible fuera del país, puede que corran a comprar dólares “blue” haciendo
subir aún más su cotización para, con ellos, suscribir los nuevos certificados
ofrecidos y obtener dólares “blancos”. ¡Qué ensalada!
Detrás de este nuevo
cachivache, quedó opacado el peor ataque a las instituciones que la democracia
ha registrado: la sujeción de la Justicia al poder de turno. El futuro de la
Argentina, a partir del miércoles pasado, quedó en manos de una Corte Suprema
que no se ha caracterizado, precisamente, por hacer cumplir sus fallos. Es
curioso, sin embargo, que quienes manipularon tanto la Constitución y las leyes
para someter a los militares a estas parodias de juicios, no piensen que ellos
mismos serán víctimas de la nueva criatura, tan pronto ésta cambie de dueño.
Veremos si el pedido de
Alejandro Fargosi, integrante del Consejo de la Magistratura, para que la casa
de doña Cristina -¿y el mausoleo de Río Gallegos?- sea allanada para comprobar
la existencia de bóvedas de seguridad es aceptado por la Justicia. Estoy seguro
que, a esta altura, no queda allí un solo difícil billete de € 500, porque creo
que -ayudada por Patotín- ya se los
llevó a Angola para cambiarlos por fáciles diamantes (http://tinyurl.com/bv6hqzz)
pero, al
menos, la medida solicitada permitiría verificar si el ex Vicegobernador Arnold
y la ex secretaria de “Él” tenían razón. Total, siempre podrá salir nuestra
señora Presidente a preguntar sorprendida, por cadena nacional: “Pero, ¿quién no tiene una bóveda de seguridad
en su casa?”
Bs.As., 12 May
13
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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