domingo, 15 de julio de 2012

Cristina y su guerra total  
ENRIQUE AVOGADRO Y DRA. PÉREZ de PÍO 002.jpgPor Enrique Guillermo Avogadro
“La guerra total tiene mil frentes; en tiempos de una guerra así, todo el mundo está en el frente, aunque nunca haya pisado una trinchera ni disparado un solo tiro” Ryszard Kapuściński.

¿Qué significa pensar en la guerra? La realidad de la guerra no es sino un mundo de máxima y maniquea reducción que elimina todos los colores intermedios, suaves y cálidos, para reducirlo todo a un agudo y agresivo contrapunto, al blanco y al negro, a la más primitiva lucha entre el bien y el mal. ¡Nadie más cabe en el campo de batalla! Tan sólo el bien, es decir, nosotros, y el mal, o sea, lo que se enfrenta a nosotros, y lo que metemos al por mayor en la nefasta categoría de “enemigo”.
Obviamente es así en el onírico universo construido por la señora Presidente y alrededor de ella, en ese escenario donde la permanente confrontación es el instrumento elegido para lograr el objetivo final. Éste, tal como lo explicó en su discurso del lunes pasado en Tucumán, mientras festejaba el tiempo transcurrido desde el venturoso 25 de mayo de 2003, se define a la unidad nacional, tan deseada, como el encolumnamiento de todos los argentinos detrás del virtuoso “modelo”. A partir de allí, quienes no se sumen a su histórica gesta son y serán combatidos con todos los medios del Estado, siempre al desembozado alcance del deseo imperial.
Al masivo y abusivo uso de la cadena nacional de radio y televisión -¿no le recuerda a Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler?- se sumó ahora la pública confesión de un delito, la violación del secreto fiscal, y la transparente y obscena utilización de todos los medios disponibles, sean legales o no, para someter a esos adversarios que, en el imaginario de doña Cristina y sus secuaces, combaten contra la pretensión de “venezuelizar” a la Argentina.
Su amigo y socio en oscuros negocios, el papagayo caribeño, comete, desde hace años, los mismos estropicios en su pobre país. El sistema de gobierno de don Hugo Chávez Frías, y su objetivo de perpetuar su “socialismo del siglo XXI” en el poder, ha incluido siempre la persecución a la prensa independiente, el encarcelamiento y la tortura a los opositores, la manipulación del Congreso y el sometimiento de la Justicia, rodeándose de unas fuerzas armadas cuyo generalato ha sido corrompido hasta el tuétano, con prebendas y asignación de cuotas en el mercado de las drogas.

La viuda de Kirchner, inspirada por el Chino –por aspecto y por ideología- Zanini, no ha llegado aún a esos extremos, pero va en camino de hacerlo. Mientras tanto, la ciudadanía no ha tomado conciencia y mira, impertérrita, como se avanza en el proceso de cambiar la Constitución que nos rige –aún la que surgió de la reforma de 1994- por otra, que implante conceptos tales como la limitación a los derechos personalísimos, incluido el de propiedad. Si bien hoy las matemáticas, que requieren de dos tercios de las cámaras legislativas para resolver la necesidad de la modificación, no parecen favorecerle, no hay que descartar que reverdecidas banelcos vuelvan a funcionar para convencer a los más díscolos: el ex Hº Congreso ha perdido, en estos años, cuanto pudo tener que mereciera ese tratamiento.
Ese es el objetivo, y no otro. Todo lo demás sólo sirve para un propósito: permitir que la dinastía política fundada por doña Cristina –el “kirchnerismo” está tan en el arcón de los recuerdos molestos como el mismo peronismo- logre imponer su voluntad de transformación, traspasando el mando, cuando ello ocurra, a alguien capaz de continuar en ese camino. Vuelvo a recomendar, para entender qué pretende este grupo que rodea a la señora Presidente, “El Partido: secretos de los líderes chinos”, de Richard McGregor (Turner, Madrid, 2011). Recalco que no se trata, a mi entender, de una dinastía de sangre sino política, por lo cual es inútil mirar qué hacen Alicia, Máximo o hasta Florencia Kirchner; el sucesor deberá ser alguien elegido para perfeccionar aquí lo mismo que el autor describe allí.

La concepción autoritaria, radial, unitaria y centralista del poder que el Gobierno ejerce se endereza sólo a ese propósito: terminar, para siempre, con el peronismo y todos los demás partidos, para que el “modelo” pueda ser ejecutado sin cortapisas de ninguna índole, sea ideológica, personal o territorial. El desconocimiento de los fallos de la Corte Suprema, la persecución a los medios independientes, la conformación de un conglomerado mediático sin precedentes, el abuso de la propaganda oficial, la pública demostración de la descarada utilización de la AFIP para la persecución de los díscolos o disconformes, el exilio de los amigos de don Néstor (q.e.p.d.) y la progresiva represión a los negocios de éstos, el sostenimiento a ultranza de repudiadas espadas -como don Patotín, don Guita-rrita, don Echegaray, don Anímal y varios más-, el férreo cerco a la información oficial, la negativa a dar conferencias de prensa, la utilización de los gobernadores para realizar el ajuste, inclusive la persecución y la eventual destrucción del campo, nuestra principal fuente de ingresos, no son tanto una muestra del desprecio que la “mesa chica” que rodea a doña Cristina siente por la opinión pública sino, principalmente, los instrumentos indispensables para que ese núcleo duro pueda actuar en el sentido indicado, es decir, la guerra total para transformar a la Argentina en lo que creen que debe ser.
Aunque continúe ausente reacción pública de la clase media frente a tales abusos, la construcción del futuro que anhela ese grupete de iluminados tiene, todavía, algunos condicionantes: la economía y el control de la calle. Si ambos fallan, y la torpeza y la ignorancia de quienes operan –no conducen- la primera están indicando que así será, la perpetuación del “modelo” dependerá de la represión a la protesta y, en ésta, todo le estará permitido. Falta saber hasta qué extremos estarán dispuestos a llegar en ese terreno; no resulta inimaginable, hoy, un escenario de violencia generalizada, con todas sus previsibles consecuencias, y cuánto tienen que ver con este planteo los pactos firmados con los bolivarianos -que permitirán acceder a las armas de Irán, de Rusia y de China-, es algo que está por verse.

En otro orden de cosas, es literalmente falso que el mundo se nos haya caído encima, como le gusta repetir hasta el cansancio a la viuda de Kirchner. Por el contrario, los precios record que está obteniendo la soja, la tendencia a cero en las tasas de interés internacionales, la recuperación de Brasil y el módico impacto de la crisis en China e India, son signos claros del viento de cola que aún infla las velas de toda América Latina; para demostrarlo, basta mirar alrededor y observar cuánto pagan los demás países –Uruguay, Brasil, Chile, Perú, Colombia y hasta Ecuador- por los préstamos que obtienen a plazos de hasta treinta años y pensar por qué la Argentina tiene el mayor riesgo-país de la región y la inflación más desbocada, superior incluso a la de Venezuela.

El fracaso de los planes para la confiscada YPF o la falta de recursos multilaterales para infraestructura no se deben tanto a los peligros que nuestro país exhibe frente a los inversores sino a que cuanto aquí expongo lo ven con absoluta claridad analistas de todo el mundo, leídos apasionadamente por quienes deciden el destino de los monumentales fondos que hoy buscan destino. Sin embargo, como sucedió en la China de Mao, en la Rusia de Stalin y en la Camboya de los Khmer o sucede en la Cuba de Fidel Castro y en la Venezuela de Chávez, en la medida en que el individuo no es más que un objeto social, su sacrificio, aún masivo, no es una consideración que pueda desalentar a quienes se sienten imbuidos de una fe ciega en el destino colectivo de una transformada sociedad.
Creo que, en la guerra total planteada por doña Cristina contra el país que queremos, ha llegado el momento de la decisión final: luchar para evitar ese malhadado futuro o sucumbir como sociedad libre. El deterioro institucional nunca ha sido tan grave en democracia y, antes de que todo salte por el aire, debemos recurrir a los mecanismos que la Constitución prevé para analizar la situación de la Nación y del Gobierno. No se trata sólo de la voluntad de nuestros legisladores y de nuestros jueces, sino de la ciudadanía en general, que debe empujarlos y obligarlos públicamente a tomar el toro por las astas y cumplir con los deberes que la Carta Magna les impone.

Qué se debe hacer para, luego, recrear las bases sobre las cuales la Argentina fue grande creo que está claro. Sin embargo, primero hay que terminar, de una vez, con esta lacra que nosotros mismos, con nuestra abdicación y con nuestra desidia, hemos generado. No será fácil, pero deberemos recuperar el federalismo con una adecuada y razonable ley de coparticipación en impuestos, recrear la excelencia de nuestra educación pública, reconstruir la Justicia desde sus cimientos, reinsertarnos en el mundo y mantener relaciones normales con todos los países, darnos una ley de migraciones, limpiar moralmente a nuestras policías y brindar seguridad a nuestra población, luchar bravamente contra el tráfico de drogas y sancionar con severidad a los involucrados, terminar con la corrupción e instaurar el obligatorio “juicio de residencia” a los funcionarios salientes; en resumen, deberemos respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes republicanas.
Pues nosotros, los que hemos sobrevivido a una guerra, sabemos cómo empieza, cómo surge. Sabemos que no tan sólo a partir de las pistolas y de las bombas. Sabemos que también, y quizás incluso en primer lugar, surge del fanatismo y la soberbia, de la estupidez y del desdén, de la ignorancia y el odio. Y sin duda, hubiéramos preferido todos, salvo este puñado de iluminados, no tener que involucrarnos en otra.

Doña Cristina nos ha embarcado en una guerra total que no pedimos pero en la cual, aunque nunca hayamos estado en una trinchera, nos veremos obligados a luchar, por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros nietos y por el futuro de la Patria.
Bs.As., 15 Jul 12
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado

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