“No es que quiera morir…sino que no encuentro motivos para vivir, en esta vida bastante descontrolada que lleva la sociedad, esa misma que hace un tiempo ya he abandonado porque no la comprendo o quizá por testarudo…no quiero comprenderla”.
El hombre es muy educado, tiene unos años más que yo, se llama Nicolás y vende hierbas sentado en un tapial debajo de un árbol en una Estación de Servicio sobre la Ruta. Le digo que por su aspecto y nombre, puedo llamarlo Santa Claus, si hasta tiene la bolsa en donde guarda prolijamente separados los yuyos que vende a los viajeros.
De casualidad, cuando llegué al lugar en un corto paseo desde el pueblo donde vivo en la Provincia de Misiones, como todo viajero fui al baño y al salir me ofreció…”Don , tengo cola de caballo para los riñones” y le dije que no era un viajero desde lejos y como era un paseo en círculo desde una ruta sobre el Rio Paraná hasta la otra en el Rio Uruguay, volvería al punto de partida, a casa, justo para almorzar, un poco tarde para mi gusto pero con el placer de haber disfrutado del paisaje que solo me regala la tierra roja, sus rocas, el verde abajo y arriba y las rutas con sus curvas que alegran la vista de solo transitarlas. Este monólogo fue el punto de partida de un encuentro entre veteranos que duró casi una hora pero con la promesa de volver a encontrarnos. Aún así comenzamos una conversación muy extraña, como si nos conociéramos desde siempre a pesar de no tener el mismo origen geográfico, pero perteneciendo a una misma generación.
Entraban y salían autos para cargar combustible y lo que más nos llamaba la atención eran los jóvenes y su comportamiento en sociedad. Viajando por la ruta y tomando cerveza en latita y fumando no se qué cosa pero estoy seguro que no eran cigarrillos de los que conozco.
Don Nicolás me pone la mano temblorosa en el hombro y me dice…” Sé que he quedado allá en el tiempo con aquellas ideas conservadoras sobre el trato hacia la gente…conocida o no, aquellas en las que el hombre se quitaba el sombrero para saludar a una dama, el tiempo del rubor de las chicas cuando cruzaban miradas con el muchacho que, supuestamente gustaba de Ellas, los consejos del Abuelo, la paz y calma hogareña de la mano de la Abuela, caprichosa consejera en los problemas diarios, los mismos problemas que ahora a la distancia, me doy cuenta solo eran pavadas al lado de los que enfrenta la gente hoy.
Mirándolo fijo, pero con una sonrisa burlona le dije a Don Nicolás que con sus hierbas quizá le haya salvado la vida a muchos de los viajeros que hacen su parada en la Estación de Servicio y grata fue la sorpresa cuando me respondió que son muchos los que vuelven al pasar el tiempo y le comentan que gracias a El, su salud mejoró notablemente, aunque nadie se atrevió a decirle a su Médico que habían tomado el té que les había recomendado Nicolás.
Y bien, como en un acto de la obra de teatro de la vida, la escena indica que aquí culmina este cuadro, pero volveremos a subirnos al escenario pronto porque me quedaron unas ganas enormes de volver a aquel pasado en donde yo también fui feliz porque todo lo que me dijo Don Nicolás es lo que me ayuda a vivir en este mundo tan extraño y errático al que no tendré acceso por no sentirme parte activa del mismo. Quizá, muchos estarán en nuestra situación y pocos se animan a contarlo, pero si de algo estoy seguro es que los viejos somos eso y si no lo asumimos le haremos daño a los nuestros, a los otros …y a nosotros.
“La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse.”Roger Martin du Gard (1881-1958) Escritor francés
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