martes, 10 de julio de 2012

Las debilidades de la fortaleza
 Por Luis Tonelli  Debate
La elección de los enemigos, las tensiones estructurales y las dificultades organizativas de la política argentina.
Dicen que los presidentes, cuando
asumen, gozan de un período de gracia en la opinión pública. Ese período de gracia, en el caso de Néstor Kirchner, prácticamente duró toda su presidencia. A decir verdad, Kirchner asumió sin período de gracia –con los peores presagios dado el 22 por ciento de los votos que obtuvo- y fue construyendo su romance con la opinión pública de menor a mayor.
Cristina Fernández, en cambio, en sus dos presidencias, no tuvo prácticamente período de gracia. Sólo puede decirse que disfrutó de un contexto muy favorable, paradójicamente, durante las campañas electorales, que siempre son el terreno para las batallas más duras y crueles.
Obviamente, no puede decirse que esto se deba a que Kirchner era un presidente consensual y CFK una presidenta conflictiva: ambos comprendieron la democracia como una batalla épica que había que librar del lado de la “gente”. Pero, quizá, una diferencia importante entre ambos se cifre en los “enemigos” que ellos eligieron para dar sus respectivas batallas épicas. Se dijo muchas veces durante la presidencia de Kirchner -y en general en tono crítico- que el santacruceño libraba su lucha épica contra enemigos fantasmas, anclados en el pasado y ya condenados por la misma sociedad: los militares del Proceso, los responsables de los noventa, los organismos internacionales de crédito y, llegado el punto, George W. Bush, que ligó flor de paliza verbal en la Cumbre de las Américas que se realizó en Mar del Plata. El carácter difuso de los enemigos, y su imagen negativa en la opinión pública, garantizaban el alineamiento de la mayoría con el Presidente, en un momento de reconstrucción crítica del dislocado sistema político argentino.
Estrategia complementada con un reconocimiento dogmático de los territorios loteados de la política que prácticamente se extendió a todas las corporaciones, con una salvedad: la de los contratistas del Estado, quienes debieron aprender a convivir con toda una serie de nuevos empresarios que inspiraban sueños de la constitución de una burguesía nacional (a contramarea del tsunami globalizador).

CFK, por el contrario, eligió –o la    eligieron, y en no menor medida por eso de andar haciendo política desde las estribaciones de sus tacos altos- enemigos mucho más tangibles, dotados de poder real. Muchos de ellos emergieron con Kirchner todavía al lado de la Presidenta, lo que podría abonar la “tesis de la secuencia” a la que la misma CFK adscribió. Así, en la reconstrucción posfacto cristinista, no fueron estrategias contradictorias las seguidas por los presidentes, sino que fue la misma estrategia conflictiva pero guardando la oportunidad (ese kairos griego) para dar la batalla contra los enemigos declarados de antemano cuando se pudiera ganar.
Lo cual habilita, ante las derrotas relativas, como con el C.A.M.P.O. en 2008 o con la por demás extendida guerra con las corporaciones mediáticas sin un resultado terminante, por supuesto, a la crítica de si ese Tiempo para la guerra había llegado, o bien, si la conducción táctica del conflicto fue todo lo eficiente que se necesitaba. Claro que votos son amores y CFK venció en las elecciones presidenciales pasadas aplastando a la oposición.
De todas maneras, esto no alcanza para que a menos de un año de haber asumido las dudas políticas se multipliquen, quizás porque la duda fundamental, la de su posibilidad de continuar en el poder, hoy no puede ser resuelta sin convertirse en un enorme salto al vacío. La reforma constitucional, con el actual alineamiento de fuerzas, es poco menos que una quimera y, ante la ausencia de un fiel y leal heredero, escoger prematuramente a un sucesor podría vaciar de poder a la Presidencia faltando tres largos años y medio para la elección.
Lo que se quiere decir aquí es que CFK está obligada, por estilo y prosapia propia, por la cultura política vernácula, tan proclive al canibalismo, pero también y fundamentalmente, por la debilidad organizativa de la política argentina, a neutralizar la formación prematura de candidaturas y, muy especialmente, en el seno de esa ameba gigante conocida como peronismo.
En esa racionalidad parece inscribirse el intento por “limar” la imagen revestida en teflón de Daniel Scioli con el fuego de soplete del ajuste tan temido. El esquema hiperpresidencialista de gobierno no admite que surja un polo de atracción gravitacional que atraiga prematuramente a los variados y múltiples planetoides aislados de los que se compone el sistema político argentino.
Pero Scioli no es, así, el único problema, que presentado de este modo no tiene nada que ver con lo ideológico o lo personal, sino, en todo caso, con una cuestión de supervivencia. Todo desafío potencial al poder de CFK aparece como amenaza a la Gobernabilidad al poner en duda su autoridad, lo cual genera una actitud política generalizada que sólo un especialista muy experimentado puede distinguir de la paranoia lisa y llana.
La política se presenta, de esta forma, como un jueguito de computadora en el que aparecen y no dejan de aparecer monstruos que hay que aniquilar para no ser aniquilado. Pero la contradicción que habita en el juego político real que vivimos es que muchos de esos monstruos para la gobernabilidad coyuntural son necesarios para la gobernabilidad estructural. Dicho menos ampulosamente, la provincia de Buenos Aires representa por lo menos a la mitad del país en muchos indicadores claves (producto bruto, población, pobreza, riqueza, recaudación, etcétera). “Ponérsela de galera” significa desatar el infierno de la inestabilidad generalizada. Más aún, una sola institución provincial ha sido siempre clave para la gobernabilidad sistémica económica y política: el Banco Provincia, que amparándose en “los pactos preexistentes” goza de autonomía incluso para arrastrar al abismo a todo el sistema financiero nacional.
Lo mismo puede decirse del sindicalismo (aunque en mucha menor medida de Moyano, quien sin que nadie lo pida hizo lo que nunca hay que hacer en política: exhibir en la pasarela de la opinión pública sus propias debilidades); del dólar (mencionado aquí porque, en la lógica del poder CFK, aparece humanizado como producto de corporaciones enemigas); las importaciones -producto de “la patria importadora”-, o la inflación -resultado de la “patria remarcadora”.

La ausencia de “estructuración” de la política personaliza esos problemas ya que la falta de pericia y de un Estado gestor denso y profesional luego de décadas de destrucción de lo estatal no permite convertirlos en cuestiones sistémicas -en vez de en conspiraciones destituyentes. Lo mismo sucede con respecto a las fuerzas políticas: se sabe que la oposición sufre de una fragmentación extrema gracias a la proliferación de personajes mediáticos que padecen del síndrome Ricardo Fort (o sea, todos creen que también “pueden ser”, por qué no).
Pero el oficialismo también sufre su carácter invertebrado. El kirchnerismo ha sido un intenso núcleo dirigencial cada vez más reducido siendo un poder no institucionalizado el que mantiene juntas a las partes que lo integran. Por otra parte, la debilidad opositora es una tentación constante para los que integran descentradamente el esquema de poder oficial alentándolos a ocupar un centro ante tanta polarización. Y, por supuesto, la ausencia de una estructuración partidaria fuerte dramatiza la sucesión presidencial, generando también la paradoja de opositores oficialistas ma non troppo.
Se sabe que cuando la caldera del crecimiento económico se enfría, naturalmente se calienta la del conflicto político, lo cual se plasma en las expectativas voceadas quedamente por funcionarios y políticos kirchneristas del advenimiento de un tiempo de “relanzamiento” de un nuevo equipo gubernativo. Indicios de una acción inminente a los que siempre es posible encontrarles otros que lo desmienten. Por ejemplo, en la resurgencia de la estrella de Julio De Vido, un tanto opacada en la primera etapa del gobierno de Cristina Fernández. Quien sabe, quizás el relanzamiento es más que nada una restauración.    

 FUENTE:Publicado en http://www.revistadebate.com.ar//2012/07/06/5634.php

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