Por JUAN ARIAS
El Brasil del fútbol se apagó entre millones de lágrimas, pero este país es hoy más que la alegría de un balón marcando goles. Brasil, tiempo atrás, en una tarde aciaga como esta en la que escribo, más negra quizás que la del maracanazo de 1950, hubiese sido un país en total depresión. Hoy puede quizás estar indignado con Felipe Scolari o rabioso contra el que dejó a Neymar fuera de la Copa, pero los brasileños no se tirarán esta noche por la ventana.Habrá quien quiera hacer del jugador colombiano que cargó contra el héroe Neymar el chivo expiatorio de la tremenda derrota. No es eso, es que simplemente Brasil no consiguió jugar. Fue abrumado por los alemanes.
Y si hubiese sido cierto, que no lo fue, que la derrota tuvo su origen en la ausencia del ídolo Neymar, Brasil debería recordar las palabras de Bertolt Brecht: “Desgraciados los pueblos que necesitan de héroes”. Se refería a los que siguen colocando su fe en sus caudillos más que en la fuerza y creatividad de su gente, de los no héroes, o mejor de los héroes anónimos, los que se forjan en la lucha dura de lo cotidiano, los que sostienen sobre sus espaldas, con su trabajo, el peso de la nación.
Hoy Brasil se está descubriendo a sí mismo como una sociedad más exigente, que se despertó hace poco más de un año exigiendo una vida mejor para todos.
Esta sociedad es cada vez más madura porque se ha hecho más crítica y rebelde, cada vez más fuerte porque empieza a creer en la eficacia del trabajo realizado con la suma de la creatividad de todos. Y tendrá que ser ahora un protagonista imprescindible en las decisiones que atañen a ella y al futuro de sus hijos en vez de delegarlo en manos de sus caudillos.
Las victorias de los nuevos Mundiales sociales y políticos, que deberá disputar toda la sociedad, serán los que pondrán a este país en los raíles de la verdadera modernidad.
Una modernidad en la que todos los ciudadanos, y no sólo una minoría privilegiada, sean quienes ganen el trofeo del bienestar, hoy aún en manos de una minoría que disfruta muchas veces a costa de mantener la pobreza de la mayoría como un fatal destino.
Soy español. Me dolió que perdiera España y ahora quería de corazón que ganara Brasil, país en el que vivo, al que amo, sobre todo a su gente por la que siempre me sentí acogido.
Quería que ganase, convencido de que esa victoria sería presagio y profecía de otra batalla importante: la de crear una sociedad que, sin perder su identidad de país amante de la fiesta y proclive a la felicidad, sea capaz ya de despojarse de sus miedos y atávicos conformismos, triste herencia de la esclavitud, para luchar con nuevo bríos por una sociedad más justa y de todos.
La escritora y filóloga Aurora Egido ha escrito que “la trompeta de la fama es tan larga como la de la infamia”. Es posible que la trompeta de la fama, que ya no resonará el domingo para un Brasil en luto, resuene ahora en la lucha por una sociedad capaz de acabar con los últimos restos de infamia social que aún aquejan a los más desposeídos, generalmente los negros y de color, de este inmenso y gran país.
Sólo entonces la felicidad, compartida por todos, tendrá el verdadero sabor de la genuina identidad brasileña.
Ah, Brasil perdió el Mundial, pero ganó la simpatía mundial por el calor con el que abrazaron a todos los extranjeros en este país acogedor. Eso es ya consenso universal.
En la vida real, no en la fantasía de la pasión del fútbol, no siempre se gana con las victorias. A veces las derrotas pueden ser la palanca para chutar mejor y marcar goles contra todo lo que creemos injusto.
Los brasileños deberán ser ahora capaces de ver en esta derrota la luz al final de un túnel para hacer de este maravilloso país no sólo el salón del fútbol mundial sino una oportunidad de bienestar y justicia para todos, donde el fútbol, como en los países ya desarrollados, pueda ser sólo un juego que a veces nos hace tocar el cielo y otras nos devuelve tristes a la vida real que es la que cuenta. Una vida real con la que los brasileños tendrán que saldar cuentas además de intentar curar la herida en carne viva dejada por algo que ha definido comiéndose las lágrimas el portero brasileño, Julio César, al final de la derrota: “Es difícil explicar lo inexplicable”.
FUENTE: Publicado en ElPais.com - http://internacional.elpais.com/internacional/2014/07/09/actualidad/1404863219_424534.html
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