Por el Dr. Gabriel Boragina
Columnista
Las horas de trabajo obrero no reportan ninguna ganancia al capitalista. Ni aun en el caso que el empresario decidiera obligar a sus empleados trabajar las 24 horas del día los 365 días el año, obtendría ninguna “ganancia” o “lucro” de ese trabajo. Si el producto de dicha jornada laboral de 8.760 horas fueran -por ejemplo- discos de pasta o de vinilo, el valor de esas 8760 horas de trabajo dedicadas a estas "mercancías" sería exactamente igual a cero para el capitalista, sencillamente porque -hoy en día- no tendría a nadie a quien venderle un artículo semejante. En consecuencia, ningún capitalista obtiene ningún "lucro desmedido” del trabajo obrero. Es más, ni siquiera obtiene “lucro” alguno. El lucro del capitalista (y también el del obrero) no surge del trabajo, de ningún trabajo, sino que emana del consumidor, nunca del trabajador.
Que las leyes laborales reduzcan las horas laborales no le hace "ganar
más" al empleado/obrero, porque las horas laborales -como vimos arriba- no
cuentan para nada en el valor final del producto o servicio. Lo que da “valor”
al trabajo no es su duración ni su extensión, sino su productividad, pero esta productividad
dependerá -a su turno- de la demanda del respectivo objeto producido
(producto). Si el artículo producido carece de demanda (como en el ejemplo de
los discos de pasta o de vinilo) la productividad laboral será nuevamente igual
a cero. Caso este en el que no gana nadie: ni el empresario, ni el
obrero/empleado, ni el consumidor. Por el contrario: pierden todos ellos.
En definitiva -como vemos- no existe nexo
alguno entre la ganancia del capitalista y el trabajo obrero/empleado. Sin
embargo, si es cierto a la inversa: el obrero/empleado obtiene una ganancia del
capitalista, que de no existir este jamás conseguiría. Si no existiera ningún
capitalista sobre la faz de la tierra, no habría ni obreros ni empleados. Estos
quedarían obligados a ser sus propios “empleadores”. Es decir, se retrotraería
la situación social a la época feudal y pre-feudal, en la que sólo había una
economía de autarquía, o sea, miserable y paupérrima al extremo, en la que cada
uno deberíamos hacer nuestros propios alimentos, zapatos, pantalones, camisas,
casas, muebles, etc. dado que esta era la situación previa de la gente a la
Revolución Industrial. Obreros y empleados deben su misma existencia como tales
al capitalista. El capitalismo rescató, de una vez y para siempre, a aquellas
gentes de la vida miserable. Lástima que luego el mundo dejó de lado el
capitalismo.
Volviendo a la falacias laborales populares: si el trabajador trabaja “mas”
horas el empleador no gana “mas” dinero por este hecho.
Por estos mismos razonamientos, las leyes que fijan “salarios mínimos”
tampoco consiguen que los trabajadores ganen “mas” dinero, sino que pierdan sus
puestos de trabajo. Obtienen el efecto contrario al deseado por el legislador.
A medida que el “salario mínimo” sube el desempleo crece de modo más que
proporcional. Es una ley inexorable de la economía contra la que el legislador
nada puede hacer para cambiarla.
Nuevamente: porque si las ventas finales son inferiores a la cuantía del
total de salarios pagados por el producto invendido el capitalista incurrirá en
pérdidas.
Numéricamente: si por una silla el capitalista debe pagar (forzado por
legislación laboral) un salario mínimo (por ejemplo) de 100.- al obrero
carpintero, pero la silla se termina vendiendo en el mercado al precio de 50.-
(precio supuesto de mercado) al no poder ajustar el salario a una cifra menor a
50.- la única salida que la ley
laboral le deja al capitalista es despedir
al obrero carpintero. Lo que es exactamente igual a decir que las leyes de “salario
mínimo” generan desocupación. En realidad, son las mismas leyes del trabajo las
que originan la llamada precariedad laboral. Si el empleador quiere
subsistir como tal (en el ejemplo de la silla, o cualquier otro) deberá
contratar “en negro” a quien esté dispuesto a trabajar por el salario de
mercado (menor de 50.-). El empleador puede subir el salario y tomar más
empleados “en blanco” sólo en dos casos:
1.
Que las ventas de sillas superaran los 100.- por unidad
vendida, más un margen de ganancia razonable para el empresario.
2.
Que se derogue el “salario minino” para la actividad.
De no darse los supuestos 1 y 2, la única alternativa que la ley le da al
empleador para subsistir como tal es despedir mano de obra “en blanco” y
contratarla “en negro”. Resultado al que las mismas leyes laborales empujan
a los empresarios y empleadores en general, posiblemente como efecto “no
querido” por el legislador laboral, pero las leyes económicas operan de todos
modos, con independencia de los deseos y la voluntad del legislador humano. A
diferencia de las leyes jurídicas, las leyes económicas son de cumplimento inexorable e irreversible.
Jamás pueden ser violadas impunemente por nadie,
ocupe la posición de poder que ocupe.
Otro ejemplo demostrativo de la manera en que las leyes laborales
precarizan la situación del obrero/empleado es el siguiente: generalmente,
estas leyes establecen indemnizaciones por despido que crecen en cuantía
conforme aumenta la antigüedad del empleado en el puesto de trabajo. Esta legislación
tiene dos efectos inmediatos:
1.
Por el primero, constituye un poderoso incentivo a que el obrero/empleado se interese
más en acumular años en el puesto,
que a trabajar en sí. “Calentar un asiento" por X cantidad de años en una
oficina o una fábrica, le generará una indemnización suculenta.
2.
Del lado del empleador, la misma norma opera como incentivo para despedir personal con
poca antigüedad, lo que crea una elevada rotación de empleados.
En suma, el resultado de disposiciones
de este tipo origina una altísima inestabilidad
en el empleo, hoy llamada precariedad
laboral.
En materia laboral es donde más se verifica el famoso refrán que dice que “El
camino al infierno está sembrado de las mejores intenciones”. Estas “buenas
intenciones” de los legisladores laborales conducen al obrero/empleado a un
verdadero infierno laboral, del cual
el único retorno es volver al pleno empleo del capitalismo.
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