miércoles, 16 de mayo de 2012

Cómo devaluar sin que se note... tanto
El Gobierno va haciendo lo que puede. Va viendo y le va dando, como es su estilo.
Por Adrián Simioni.
LaVoz 
El Gobierno va haciendo lo que puede. Va viendo y le va dando, como es su estilo. Sin un plan –al menos conocido– se las ingenia para afrontar la pérdida de competitividad que supuso la inflación acumulada, cuyo nivel desconocemos a ciencia cierta porque su medición dejó de ser confiable hace ya cuatro años.
A menos que los países vayan ganando una mayor productividad (y para eso todos los sectores, incluido el público, están forzados a ser cada vez más eficientes) para empardar a los demás países, en algún momento no pueden sostener su tren de vida. Tienen que ajustar. Y, a menos que tengan un sistema rígido (como fue aquí la convertibilidad o como resulta ser el euro en países que como España o Grecia no tienen poder político para definir su valor), la salida más normal es devaluar.
Claro, devaluar es admitir un fracaso; reconocer que no se incrementó lo suficiente la productividad, para lo que hacen falta inversiones que aumenten la calidad y/o cantidad de bienes y servicios que es capaz de producir una sociedad sin trabajar más horas.
Devaluar es desagradable. Implica recortar los ingresos de quienes cobran un salario. Porque, en el fondo, se busca achicar el consumo interno para ampliar el saldo exportable. Por eso el Gobierno no quiere devaluar. De frente.
Lo hace en forma subrepticia y bastante drástica, sin que se conozcan muy bien los criterios que sigue. Por ejemplo, directamente niega a una amplia mayoría la posibilidad de comprar dólares en el mercado oficial. La obliga a recurrir al dólar paralelo, que así sube su cotización. Ese valor comienza a ser poco a poco la referencia para distintos mercados. Así, un departamento mantiene su precio en dólares, pero a la divisa hay que comprarla 25 por ciento más cara. Magia: se ha consumado la licuación de ingresos.
De paso, el Gobierno reserva el dólar oficial para beneficiarios que él decida, como ciertos importadores o turistas que paguen sus gastos afuera con tarjeta. Imaginen una exportación de soja por 100 dólares. Los dólares entran al BCRA. 35 quedan para el Gobierno (retenciones). El exportador/productor recibe los 65 restantes a 4,47 pesos, o sea, 290,55 pesos. Si luego el sojero compra agroquímicos dolarizados, debe adquirir dólares a 5,60. Con los pesos que le dieron, le alcanza para 51,9 dólares. La diferencia pasará a quien haga la operación inversa al importar con la venia del Gobierno, para lo que tendrá que rendir pleitesía. Es otra enorme cuota de poder.
FUENTE:Publicado en www.lavoz.com.ar

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