RELATO O CUENTO |
Alberto Medina Méndez
La política contemporánea, cada vez con más frecuencia, parece merodear lo literario. Es que según desde que lugar nos ubiquemos, unos intentan imponer un relato que a otros solo les parece un cuento.
El relato dice que vivimos en el paraíso, que nunca pudimos estar mejor, y que transitamos un periodo extraordinario, el que jamás recuerde la historia nacional. Del otro lado están los ciudadanos que no ven lo mismo, que viven otra cosa, que sienten que esa narración no los representa ni por cerca. Para ellos, solo se trata de un cuento, una quimera, una ficción.
El oficialismo, desde su sector partidario con sus seguidores y fanáticos repite hasta el cansancio su discurso como si se tratara de un libro sagrado.
Pero en ese arco político, desde ese lado, se pueden identificar diferentes personajes que suscriben el relato, por razones disimiles.
Por un lado están quienes lo recitan casi de memoria, inclusive hasta la letra chica, afirmando que comulgan absolutamente con esos principios.
También se reconoce a un grupo importante de beneficiarios directos del sistema político vigente, esos que reciben ayudas personales y que entienden que por lealtad o agradecimiento, se deben alinear al discurso y avalarlo asumiéndolo como propio, aunque por lo bajo no digan lo mismo.
Un sector significativo es el de los “profesionales” del poder, esos cuyos ingresos económicos provienen de su adhesión política. Su negocio principal está ligado a la prebenda, al privilegio que el poderoso de turno, discrecionalmente le otorga, sin someterse a transparentes licitaciones o decisiones en las que la gente participe de modo determinante.
Engrosan ese grupo los que perciben un salario abultado que jamás podrían obtener de otro modo, que no sea a través de la función pública, a la que ingresan por meras vinculaciones más que por meritos personales.
Por supuesto que también están quienes realmente se han convencido ideológicamente, que lo hacen de un modo sincero y genuino porque tienen una afinidad desde los principios. Allí se encuentran algunos matices, los que por estar de acuerdo en lo principal, firman cheques en blanco a cualquier precio, y los que haciendo gala de mayor honestidad intelectual, logran diferenciar una cosa de la otra, pese a sostener su apoyo inicial.
No debemos olvidar de mencionar a los perversos iluminados que generan y diseñan el relato. Estos se ocupan de aprovechar los aspectos sociológicos más rudimentarios y los discursos más retorcidos, para convertir mentiras en verdad, o meras conveniencias circunstanciales, para luego darle forma de supuestas convicciones profundas sensibles para la sociedad toda.
Del otro lado, están los ciudadanos descreídos, esos que se permiten dudar de lo que escuchan, pero que fundamentalmente “viven” otra realidad.
Ellos perciben que esto no puede ser el paraíso. Que aquí no prevalece el merito como virtud, que no triunfan los que más trabajan, sino los que apelan a la trampa como medio de vida. Sienten que habitan donde el delito gana la batalla y no merece sanción, que la corrupción sigue presente y que ni siquiera es rechazada por cuestiones morales.
Este sector de la sociedad que decide no creer en el relato, no lo hace por bronca, capricho o venganza. Simplemente no ve lo que el gobierno pretende hacerle creer. Lo que siente es que las reglas de juego no son predecibles, que se hace lo que impone la mayoría, que cada vez tiene menos margen para su libertad, que las restricciones a sus decisiones personales lo están agobiando, que se quedan con el fruto de su esfuerzo cotidiano para distribuirlo a otros que no se esmeran por conseguirlo.
Ellos ven inflación, corrupción, soberbia y atropellos, perciben discrecionalidad, arbitrariedades, manejos poco transparentes, y gente que se enriquece sin esforzarse, sin generar nada valioso para la sociedad.
Pueden estar equivocados, todos podemos estar equivocados. Pero habrá que prestarle más atención a las razones por las que unos ven una cosa, y otros ven situaciones diferentes. Cuando ver todo color de rosas es funcional a los ingresos que se reciben, pues no se trata de una honesta visión de los hechos, sino simplemente de una conveniente mirada afín a los intereses económicos personales.
El problema es que en algún momento la farsa culmina. Solo es una cuestión de tiempo. Pero en el mientras tanto está el daño que ello implica.
Pero cuidado, a no creerse esto de que el relato perdurará infinitamente. Ellos, los que se tomaron el trabajo de pergeñarlo y gestarlo, ya tienen previsto que decir cuando todo salga mal.
No es muy difícil imaginar por donde pasará su burda explicación en ese contexto. Seguramente cuando todo fracase, cuando el sainete llegue a su fin, ellos agitarán los fantasmas de la confabulación.
Para ello apelaran a la paranoia de los que ven por todos lados conspiraciones repletas de verdugos, golpistas y desestabilizadores. Culparán a la oligarquía nacional, al capitalismo salvaje, a los intereses extranjeros, a las corporaciones multinacionales, a los que más tienen, y por supuesto a los traidores de siempre.
En definitiva, el discurso esperable, ese que dice que cuando salen las cosas bien es merito de ellos, y cuando salen mal, no es porque se equivocaron, sino porque otro más poderoso que ellos, se ocupó de interrumpir su extraordinario despliegue.
Son bastante predecibles después de todo. En este sentido, sabemos que su compulsión por engañar, no se agota en el presente, sino que se proyecta al futuro, sin escrúpulo alguno. No tienen idea de cómo termina esto, en realidad algunos de ellos, hasta se permiten ser optimistas respecto de que eso no sucederá. Pero por las dudas, tienen el alegato preparado para una salida menos indigna que asumir sus inocultables errores ideológicos, su pasión por la improvisación y sus irresponsabilidades permanentes.
Seguimos hoy transitando este patético presente ambiguo, con discusiones vacías, con manipulación argumental y sobre todo teniendo que decidir todos los días si aceptamos el relato tal cual nos lo presentan o fortalecemos esta idea de que solo se trata de un cuento.
Alberto Medina Méndez
Fuente:publicado en www.albertomedinamendez.com
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