Columnista
La
economía tiene sus propios instrumentos para medir la popularidad
política de un gobierno. Mecanismos -a mi juicio- mucho más precisos y
confiables que los más conocidos (que son las tan famosas encuestas o
sondeos de opinión).
Por "popularidad" entendernos aquí el grado de aceptación, apoyo o consenso del que goza un determinado gobierno en un país. Utilizaremos -en lo que sigue- todos estos vocablos como sinónimos.
La
economía estudia la acción humana como tal, sin interesarle los
motivos o razones por los cuales las personas actúan en cierto sentido y
no en otro. Analiza el comportamiento concreto de los individuos, ya
sea en una dirección o en otra diferente, y saca conclusiones a la luz
de las categorías a priori implicadas en dicha acción.
Teniendo
pues como base dicha acción humana, el estudio analítico de ciertas
variables observadas con cuidado a lo largo de un periodo determinado,
permite conocer -con una aproximación bastante exacta- el grado de
aceptación o de rechazo de las políticas implementadas por un gobierno,
y por lo tanto, el nivel de su popularidad o impopularidad.
La
ventaja de medir la popularidad de un gobierno por medio de las
herramientas que nos ofrece la economía, es que posibilita hacer un
seguimiento casi día a día de aquella, y nos brinda una lectura mucho
más fiel que el resultado de las elecciones políticas, que se dan muy
espaciadamente cada dos o más años.
Algunos
indicadores son extremadamente reveladores. Por ejemplo, una alta tasa
de evasión fiscal muestra a las claras un elevado rechazo popular de
las medidas fiscales adoptadas por el gobierno y viceversa.
Otro
tanto sucede con el aumento de los precios de los bienes de consumo y
de capital, ya que suelen exteriorizar insuficiencia de la oferta de
los mismos, derivada generalmente de la falta de inversiones, la cual
-esta última- es, la mayoría de las veces, consecuencia de fallas
institucionales (la más típica de todas la inseguridad jurídica,
generada por ataques del gobierno a la institución base de cualquier
economía: la propiedad privada).
La
inflación también tiene mucho que ver con el fenómeno anterior. Para
no perder popularidad (o para recuperar la popularidad perdida) los
gobiernos suelen acudir al acrecentamiento del gasto público. Para
financiarlo, el gobierno sólo puede hacerlo a través de tres
instrumentos: impuestos, empréstitos e inflación. Si todos estos
parámetros no cesan de aumentar, ello implica que el gobierno está
luchando para no perder popularidad (o para recuperar la perdida) como
dijimos. El conjunto de estas medidas -adoptadas generalmente en forma
simultánea- ocasiona incrementos y distorsiones continuos en los
precios, y a la larga o a la corta, extiende la impopularidad del
gobierno que echa mano de las mismas. Si vemos que estas variables se
salen de cauce, podemos concluir sin demasiado margen de error, que el
gobierno viene en picada en materia de popularidad.
Otro ejemplo es la llamada fuga de capitales,
que denota pérdida de confianza en el gobierno de cuyo país los
capitales huyen a paso firme. El hecho tiene estrecha relación con las
violaciones reiteradas a la propiedad privada por parte de los
gobernantes, las que –naturalmente- ocasionan la denominada inseguridad jurídica,
y que -a su turno- provoca la salida de los capitales (grandes o
pequeños) a lugares más confiables. Aquí debemos incluir las migraciones
de mano de obra ("capital" humano o fuerza laboral indistintamente).
Si el gobierno gozara de mayoritaria popularidad, esto obviamente no
sucedería.
"Ahora,
año tras año, el gobierno expropia más de 40 por ciento de los
ingresos de los productores privados, lo que hace que incluso la carga
económica impuesta a los esclavos y siervos parezca moderada en
comparación. El oro y la plata han sido reemplazados por dinero de
papel fabricado por el gobierno, y a los estadounidenses se les roba
continuamente su dinero a través de la inflación. El significado de la
propiedad privada, alguna vez aparentemente claro y fijo, se ha
convertido en oscuro, flexible y fluido. De hecho, cada detalle de la
vida privada, la propiedad, el comercio y la contratación está regulado
y re-regulado por una creciente montaña de leyes de papel (la
legislación). Con el aumento de la legislación, se ha creado cada vez
más inseguridad jurídica y riesgos morales, y el caos ha sustituido a
la ley y al orden."[1]
Si tal es la situación en los EEUU, hay que tener en consideración que en el resto del mundo es muchísimo peor
(especialmente si pensamos en Sudamérica, África, Asia y Oceanía), lo
que hace que las migraciones, tanto de capital como de mano de obra, se
desplacen hacia el país del norte. Pero por otro lado, es innegable que
existen diferencias relativas entre los distintos gobiernos, aun
dentro de un mismo país, y que los gobernados no son siempre ajenos a
las medidas que la cita anterior menciona.
La
popularidad de un gobierno decrece en relación directamente
proporcional al perjuicio económico que sus disposiciones van
provocando en cada uno de los habitantes del país bajo su esfera de
jurisdicción. Superado cierto punto crítico, la popularidad cae a cero.
Como
es sabido, todos los sucesos económicos no se dan ni se encuentran en
"compartimentos estancos", ni son absolutamente independientes el uno
del otro, sino que responden a relaciones causales que los vincula a
unos con otros, ya sea de forma mediata o inmediata. De tal suerte que,
de no adoptarse las correcciones en el rumbo de una o más variables
fuera de control, mas tarde o más temprano tendrá su repercusión en una
o más de las restantes distintas a la primera.
Estos
indicadores económicos son mucho más claros y más fidedignos que las
interminables y aburridas peroratas de los políticos delante de
micrófonos hablando "maravillas" de ellos mismos sin cesar, a la que
nos tienen acostumbrados.
[1] Hans-Hermann Hoppe. "Sobre la Imposibilidad de un Gobierno Limitado y Perspectivas de una Segunda Revolución en América". Artículo publicado en el Blog del Instituto Mises - Articulo Diario – Junio 28 de 2008, Pág. 7
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