“Debe usted boxear como escribe y escribir como boxea: debe dar todo lo que tiene porque cada pelea, como cada libro, puede ser la última”. Joël Dicker
La editorial que escribí la semana pasada, “Inmunda
Cloaca” (http://tinyurl.com/nsg69hp), recibió algunos
aplausos y no pocas críticas, que apuntaron a que se notaba la rabia profunda
que me habría embargado mientras lo hacía, señalando que eso no servía, que
debía bajar el nivel de enojo para poder llegar mejor a la conciencia de los
lectores. Mis disculpas a éstos, ya que la sensación que tenía no era esa sino
la desesperación; ¿qué otra cosa se puede sentir al ver en qué se ha convertido
nuestra sociedad?
Ha pasado sólo una semana desde entonces y todo cuanto
en ella dije tiene aún más olor a podredumbre. El kirchnerismo logró que el
Consejo de la Magistratura demorara el proceso contra Oyarbide, pese a la
confesión de éste de los delitos cometidos, y avanzó rápidamente contra Bonadío,
un colega de aquél que, últimamente, había puesto a “bailar con la fea” a Abalito y al mudo vocero presidencial y
elevó a juicio una de las causas en que el romano Patotín está imputado.
La indispensable columna de Carlos Pagni en La Nación
del jueves, “Las ‘cuevas’, gran caja del poder en el país” (http://tinyurl.com/ljskq64) hace una verdadera autopsia del cadáver en que se ha
convertido la Argentina, ese extraño país respecto al cual la mitad del mundo
apostaba, hace cien años, que sería una de las grandes potencias globales. En
las vísceras, además, encontró los restos de la Justicia seria e independiente
que hemos sabido destruir con tanto ahínco.
El narcotráfico y el consumo masivo de drogas nos han
exigido incrementar la cuota semanal de sangre que los argentinos debemos
ofrecer ante el altar de la corrupción gubernamental, agravada por la
incapacidad manifiesta para combatir esos males y el pavor silencioso de quienes
aún no han caído en ella.
Tal como era previsible, la protesta de los docentes
continuó y, pese al descrédito generalizado que una huelga tan prolongada está
provocando sobre sus posturas, no tiene visos de concluir. Debo confesar que,
habiendo cursado mi etapa secundaria en establecimientos públicos, me asombra
que quienes antes eran “maestros” –con toda la responsabilidad y el respeto que
el solo nombre implicaba- hoy se llamen a sí mismos “trabajadores de la
educación”, y este hecho puntual habla muy a las claras del profundo deterioro
en que la educación ha caído entre nosotros. Una nación que, ya en 1880, había
erradicado el analfabetismo y asombraba al mundo con ese logro, hoy forma chicos
que ni siquiera comprenden lo que leen.
Es cierto que los argentinos debemos enorgullecernos de
ser el país de América Latina que más premios Nobel ha obtenido, pero esos
enormes triunfos individuales no deben ocultar nuestro fracaso colectivo como
sociedad. Me parece que la selección nacional de fútbol puede ser el mejor
ejemplo de lo que digo: llena de estrellas, muchas de ellas entre los jugadores
más caros y exitosos del mundo, es incapaz de grandes logros cuando se trata de
hacerlos salir a la cancha con la misma camiseta.
Lo absurdo es que, mientras el Gobierno está destinando
a la educación el porcentaje más alto del presupuesto nacional desde la época de
Arturo Illía, el derrumbe continúa profundizándose; y lo notable es que los
maestros ganan sueldos miserables y la infraestructura está cada vez peor.
Comparto la idea oficial, tan resistida por los sindicalistas, de analizar el
“presentismo”, ya que gran parte del despilfarro proviene de la cantidad de
personas que están dedicadas a cubrir un mismo cargo docente, por las licencias
irracionales y por las invocadas enfermedades que, de resultar ciertas,
convertirían a la actividad en la más riesgosa del país.
Pero todo eso debiera ser objeto de una profunda
discusión hacia adentro de la sociedad y la política, y no intentar que sea
parte de la agenda una semana antes del comienzo oficial de las clases. Ni la
Nación ni las provincias han conseguido explicar por qué abren las paritarias
recién a fin de febrero, cuando debieran hacerlo en noviembre y así llegar a la
fecha clave con soluciones y no con conflictos y, muchísimo menos, por qué no se
destinan aún más fondos a la educación en lugar de dilapidarlos en Fútbol para
Todos, Aerolíneas Argentinas, propaganda oficial, pauta publicitaria o subsidios
de energía a los más ricos.
El jefe de los caciques sindicales que han crecido tanto
al calor de la Casa Rosada, el metalúrgico Caló, ha debido poner en estado de
alerta a su sector, ya que la presión de las bases tornaba imposible su
pasividad ante el deterioro brusco que el Gobierno pretende aplicar a los
salarios. A los líderes ahora opositores que acompañan a Camión Moyano en la CGT Azopardo, y a
los gastronómicos de Barrionuevo y los estatales de Micheli, se han sumado los
ferroviarios de Maturano y los colectiveros de Fernández, hasta hoy militantes
de la CGT Balcarce, consolidando un grupo que puede, literalmente, parar el país
cuando se le ocurra y que ya ha anunciado una huelga general para el mes de
abril; cuando se produjo una conjunción semejante, en 1975, cayó un gobierno
peronista por única vez en la historia, hasta ahora.
Y es que los trabajadores tienen una doble razón para la
protesta. Por un lado, la Presidente quiere que ellos sean quienes paguen el
costo de la fiesta que pretende mantener viva hasta su propio final: el gasto
público que no para de crecer exponencialmente; y, por otro, no acepta subir el
piso del impuesto a las ganancias ni modificar las alícuotas del tributo, por lo
cual las mejoras salariales que los gremios obtengan con tanta lucha no hará más
que aumentar la recaudación que exprime el inefable Feedlot Echegaray. A esta altura del
ajuste, ya no se discuten ideologías ni posiciones políticas, sólo
dinero.
El nuevo IPCNU, con dos meses de vida, ha conseguido dar
un leve viso de seriedad a las estadísticas oficiales, ya que “sólo” ha diferido
en casi un punto mensual respecto a las estimaciones privadas que divulga el
Congreso; de seguir así, igualmente habrá conseguido, a fin de año, ocultar diez
en la inflación, un número que, por sí solo, supera en mucho -en el mejor de los
casos, triplica- al que sufren todos los vecinos anualmente, excepto Venezuela.
Claro que ese sinceramiento impuesto por la realidad de
un gobierno que se ha quedado sin divisas y necesita desesperadamente auxilio
externo no ha incluido a los ahora ocultos índices de pobreza e indigencia ya
que, de haber visto éstos la luz, lo poco que queda del “relato” hubiera sido
barrido finalmente; basta con saber que, sólo en enero pasado, quinientas mil
personas descendieron a esos niveles. Esos ocultamientos y esa “rebaja” de la
realidad seguirán trabando las negociaciones internacionales, Club de París
incluido, toda vez que siempre requieren la revisión –artículo IV- de las
estadísticas, en particular, y de la economía en general por el FMI, que no está
dispuesto a convalidar nuestros dibujos locales, aunque quien los diseñe sea el
propio Pablo Picasso.
Contra lo que pueda suponerse, mi frontal oposición a la
familia Kirchner y a su gobierno es inmensamente mayor debido a lo que pudieron
hacer y no hicieron, pese a los enormes recursos que fueron puestos a su
disposición por la sociedad y los mercados internacionales, más que a los
horrores y verdaderos crímenes que, para enriquecerse más allá de cualquier
esfuerzo de imaginación, cometieron contra la nación, la república, sus
instituciones y los más pobres de nosotros.
Por eso, precisamente, el dolor y la pena que me
embargan cada vez que me toca describir la realidad de esta triste e
insignificante Argentina. Pero no cejaré en esta cruzada por la Argentina que
quiero, porque tengo la más absoluta certeza de estar librando “el buen combate”.
Bs.As., 23 Mar 14 Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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