Inflación y negocios, colados en la emisión de billetes del Gobierno
El autor explica que se decidió imprimir papeles de 100 pesos en la ex Ciccone Calcográfica para que no se achicara la facturación del negocio.
LosAndes
Por Alcadio Oña - Especial para Los Andes
A pesar de que el viejo billete de $ 100 ha perdido valor y mucho poder de compra, el Gobierno insiste en seguir imprimiendo papeles de esa denominación. En cantidades y sin que medie una justificación objetiva. El 70% del total de moneda que ahora ha resuelto sacar es de 100 pesos, la mayor parte contratados con la ex Ciccone Calcográfica, envuelta en una cadena de sospechas que salpican al vicepresidente Amado Boudou.
Una controversia más otra. ¿Por qué no se resolvió emitir un buen lote de billetes con valores mayores a $ 100, lo cual habría implicado reducir el volumen de la impresión y ahorrarse una parva de plata?
La cuenta es simple. La cantidad de violetas que saldrá a la calle tiene un costo de $ 415 millones. Si la mitad fuese de 200 pesos, la factura se achicaría en la misma proporción y el ahorro alcanzaría a $ 207 millones, equivalentes a 47 millones de dólares. Y si se hubiese admitido una partida importante de otros con un valor de $ 500, el gasto resultaría aún menor.
Sólo una razón podría justificar el empecinamiento del kirchnerismo: crear billetes de 200, 300 o 500 pesos sería interpretado como el reconocimiento liso y llano del proceso inflacionario. Algo semejante pasó en 2004, cuando otras autoridades del BCRA propusieron, sin suerte, lanzar papeles con denominaciones mayores a los $ 100.
Parece una tozudez que bordea el infantilismo, pues salvo el Indec, nadie ignora que la inflación está arriba del 20% anual.
Claro que, por otra parte, la impresión de un número de billetes menor achicaría el negocio. Incluido el de la imprenta desde hace un tiempo dirigida por un empresario cercano a Boudou, apremiada por la falta de trabajo desde que arreció un escándalo que ya llegó a los Tribunales.
Según fuentes del mercado, la operación con la ex Ciccone, actual Compañía de Valores Sudamericana, rondaría U$S 40 millones: obviamente, una emisión inferior a la que se decidió representaría menos plata.
Todo fue hecho, además, con notoria celeridad. El miércoles, el departamento jurídico del Banco Central validó el modelo de contratación y al día siguiente lo aprobó el directorio de la entidad presidido por Mercedes Marcó del Pont. Evidentemente, en el recorrido completo hubo una decisión política.
En octubre del año pasado, el ex presidente del BCRA y actual diputado por la Coalición Cívica, Alfonso Prat Gay, presentó un proyecto de ley para emitir papeles de 200 y 500 pesos. La iniciativa duerme en la Cámara y todo indica que el kirchnerismo la mantendrá en ese estado.
Prat Gay sostenía que entre enero de 1992, cuando nacieron los $ 100, y agosto de 2011 el índice de precios promedio medido por institutos oficiales de varias provincias acumuló un aumento del 512 %.
Para que se entienda mejor, afirmaba que se requerirían $ 612 para comprar la misma canasta de bienes y servicios que, en enero de 1992, era posible adquirir con $ 100. Es como decir que el billete de $ 100 tiene hoy un sexto del poder de compra original.
La trepada de los precios posterior a agosto del año pasado profundizó el desfasaje. Y casi ni hace falta agregar que los consumidores conocen de sobra el fenómeno: los 100 pesos cada vez les sirven para acceder a menos productos y se les escurren rápido de las manos.
Un trabajo de la consultora abeceb.com cuenta que, en diciembre del año pasado, por primera vez el ticket promedio en los supermercados de todo el país pasó los 100 pesos. El efecto de la inflación en la pérdida de valor de la moneda también salta, nítido, en informes recientes del Banco Central:
En 2003 había en circulación $ 18.800 millones en papeles de 100 pesos: ahora existen $ 149.840 millones. La relación se multiplicó por ocho. Y en no mucho tiempo el Gobierno agregará 845 millones.
En 2003, el 12,6% del circulante estaba constituido por denominaciones de entre 1 y 20 pesos: ahora apenas alcanza al 4,3%. Quedó reducido a la tercera parte.
Y más aún. El 90% del monto de plata física transada en toda la economía está conformada por billetes de $ 100.
Es un cuadro que vulnera las reglas básicas de cualquier Banco Central, pues bastante antes de llegar a ese extremo ya se habrían emitido papeles de denominaciones mayores. Naturalmente, no todos los países tienen una inflación semejante a la argentina y, por lo tanto, tampoco están necesitados de recurrir a las adecuaciones.
Otra arista del mismo fenómeno asoma en la velocidad a la que deben ser impresos papeles de $ 100. En medio de una escasez ostensible y de apuro, a mediados de 2010 el Gobierno debió contratar una partida de 200 millones de billetes con la Casa de Moneda de Brasil. Por lo visto, no alcanzaron: tanto valor perdieron que ya es preciso sacar un lote muchísimo mayor.
Pagar con plata contante y sonante es una manera de eludir impuestos, así sea al riesgo de caer víctima de algún robo. Pero tener que manejarse con fajos siempre más grandes o ir al cajero automático cada vez más seguido son trastornos inusuales en cualquier economía.
Y así como el proyecto de Prat Gay duerme en un cajón, lo mismo parece ocurrir con la inversión para reequipar la Casa de Moneda proyectada en abril de 2010. Si hubiese sido hecha en estos dos años, probablemente no habría sido necesario recurrir a la ex Ciccone Calcográfica. Sólo que eso tiene otro precio.
Una controversia más otra. ¿Por qué no se resolvió emitir un buen lote de billetes con valores mayores a $ 100, lo cual habría implicado reducir el volumen de la impresión y ahorrarse una parva de plata?
La cuenta es simple. La cantidad de violetas que saldrá a la calle tiene un costo de $ 415 millones. Si la mitad fuese de 200 pesos, la factura se achicaría en la misma proporción y el ahorro alcanzaría a $ 207 millones, equivalentes a 47 millones de dólares. Y si se hubiese admitido una partida importante de otros con un valor de $ 500, el gasto resultaría aún menor.
Sólo una razón podría justificar el empecinamiento del kirchnerismo: crear billetes de 200, 300 o 500 pesos sería interpretado como el reconocimiento liso y llano del proceso inflacionario. Algo semejante pasó en 2004, cuando otras autoridades del BCRA propusieron, sin suerte, lanzar papeles con denominaciones mayores a los $ 100.
Parece una tozudez que bordea el infantilismo, pues salvo el Indec, nadie ignora que la inflación está arriba del 20% anual.
Claro que, por otra parte, la impresión de un número de billetes menor achicaría el negocio. Incluido el de la imprenta desde hace un tiempo dirigida por un empresario cercano a Boudou, apremiada por la falta de trabajo desde que arreció un escándalo que ya llegó a los Tribunales.
Según fuentes del mercado, la operación con la ex Ciccone, actual Compañía de Valores Sudamericana, rondaría U$S 40 millones: obviamente, una emisión inferior a la que se decidió representaría menos plata.
Todo fue hecho, además, con notoria celeridad. El miércoles, el departamento jurídico del Banco Central validó el modelo de contratación y al día siguiente lo aprobó el directorio de la entidad presidido por Mercedes Marcó del Pont. Evidentemente, en el recorrido completo hubo una decisión política.
En octubre del año pasado, el ex presidente del BCRA y actual diputado por la Coalición Cívica, Alfonso Prat Gay, presentó un proyecto de ley para emitir papeles de 200 y 500 pesos. La iniciativa duerme en la Cámara y todo indica que el kirchnerismo la mantendrá en ese estado.
Prat Gay sostenía que entre enero de 1992, cuando nacieron los $ 100, y agosto de 2011 el índice de precios promedio medido por institutos oficiales de varias provincias acumuló un aumento del 512 %.
Para que se entienda mejor, afirmaba que se requerirían $ 612 para comprar la misma canasta de bienes y servicios que, en enero de 1992, era posible adquirir con $ 100. Es como decir que el billete de $ 100 tiene hoy un sexto del poder de compra original.
La trepada de los precios posterior a agosto del año pasado profundizó el desfasaje. Y casi ni hace falta agregar que los consumidores conocen de sobra el fenómeno: los 100 pesos cada vez les sirven para acceder a menos productos y se les escurren rápido de las manos.
Un trabajo de la consultora abeceb.com cuenta que, en diciembre del año pasado, por primera vez el ticket promedio en los supermercados de todo el país pasó los 100 pesos. El efecto de la inflación en la pérdida de valor de la moneda también salta, nítido, en informes recientes del Banco Central:
En 2003 había en circulación $ 18.800 millones en papeles de 100 pesos: ahora existen $ 149.840 millones. La relación se multiplicó por ocho. Y en no mucho tiempo el Gobierno agregará 845 millones.
En 2003, el 12,6% del circulante estaba constituido por denominaciones de entre 1 y 20 pesos: ahora apenas alcanza al 4,3%. Quedó reducido a la tercera parte.
Y más aún. El 90% del monto de plata física transada en toda la economía está conformada por billetes de $ 100.
Es un cuadro que vulnera las reglas básicas de cualquier Banco Central, pues bastante antes de llegar a ese extremo ya se habrían emitido papeles de denominaciones mayores. Naturalmente, no todos los países tienen una inflación semejante a la argentina y, por lo tanto, tampoco están necesitados de recurrir a las adecuaciones.
Otra arista del mismo fenómeno asoma en la velocidad a la que deben ser impresos papeles de $ 100. En medio de una escasez ostensible y de apuro, a mediados de 2010 el Gobierno debió contratar una partida de 200 millones de billetes con la Casa de Moneda de Brasil. Por lo visto, no alcanzaron: tanto valor perdieron que ya es preciso sacar un lote muchísimo mayor.
Pagar con plata contante y sonante es una manera de eludir impuestos, así sea al riesgo de caer víctima de algún robo. Pero tener que manejarse con fajos siempre más grandes o ir al cajero automático cada vez más seguido son trastornos inusuales en cualquier economía.
Y así como el proyecto de Prat Gay duerme en un cajón, lo mismo parece ocurrir con la inversión para reequipar la Casa de Moneda proyectada en abril de 2010. Si hubiese sido hecha en estos dos años, probablemente no habría sido necesario recurrir a la ex Ciccone Calcográfica. Sólo que eso tiene otro precio.
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