La enfermedad oculta
CAROLINA GÓMEZ-ÁVILA | EL UNIVERSALVenezuela
Un hombre tiene un sueño.
Da igual si de dominación o de liberación, porque siempre se trata de una conquista.
Para llevarla a cabo, siempre necesitará de otros como destinatarios, operarios o testigos. Y para convocar sus voluntades habrá de narrarles su sueño con un atractivo sustento que les sea común a pesar de sus distintos orígenes y expectativas de la vida. Y les ofrecerá prebendas, prestigio, la historia, la gloria, mientras les hace creer que no tienen otro futuro posible, aun si lo tuvieran. Y erigido en líder, los ordenará por rangos y jerarquizará según su conocimiento, estirpe, influencia y experiencia y los instará a jugarse la vida.
Hasta donde sé, esta es la fórmula de todas las guerras.
Y sus más sanguinarios y leales soldados estarán entre hombres y mujeres con historias dolorosas, cuyas mentes y espíritus tienen motivos para albergar el resentimiento y ninguna dificultad para trocarlo en violencia. Con escasa preparación y poco o ningún cultivo de sus bondades inherentes, incapaces de superarse a sí mismos por la vía del trabajo creativo y rebeldes para civilizarse porque están asqueados de sí mismos y de los demás, en ellos también podría hallar nido la envidia. Y se comportarán, en distintos grados, como supervivientes ansiosos de hallar rostros culpables de su destino.
Por lo tanto, será fácil señalarles que aquellos otros les hicieron ese daño y, por lo tanto, la venganza debe ser contra aquellos, aunque ninguno de aquellos sea identificable como agresor. Así, a falsos culpables, les llamarán enemigos.
Esta es la historia y, según su dialéctica, sólo durante el fragor de la batalla todos somos iguales. Iguales en la locura, en el odio, en la estupidez. Iguales, tan iguales, que los artífices del enfrentamiento parecen carearse con la muerte, de la que siempre huyen como nunca pueden sus soldados. Y a la cobardía, la historia escrita por vencedores, la mostrará astuta y ágil como a los héroes.
Y luego, cuando retorna la paz, el hombre vuelve a mirar su alma y espíritu, y se siente, se sabe diferente y quiere expresar sus diferencias. Y todo vuelve a empezar, irracionalmente, una y otra y otra vez.
Cambiar la acción de estos hombres y mujeres pasa por cambiar el rostro al falso enemigo o hacerles ver que su líder les ha engañado y sometido a una lucha estéril de por vida.
Pero pocos soportan el dolor de ver a ese hombre que un día les dio un sueño y los lideró hasta la muerte, como al mismo que los usó, sin pudor, ante su incompetencia y de manera corrupta, para que engrandecieran su nombre, aumentaran su fortuna, le dieran estirpe y garantizaran su futuro personal y el de su entorno y el de sus familias... discriminando a los demás, mientras se reía de sus esperanzas y las postergaba descaradamente en forma de promesas incumplidas.
No ven la radiografía de su enfermedad.
Es su estilo ocultarla.
FUENTE:Publicado en www.eluniversal.com-Venezuela
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