sábado, 24 de marzo de 2012

Zaffaroni quiere otra Constitución y nadie sabe para qué
INFORMADOR PUBLICO
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El miembro de la Corte Suprema de Justicia, doctor Eugenio Raúl Zaffaroni, ya tomó la costumbre de predicar la necesidad de cambiar el sistema constitucional vigente. Cada tanto habla con la prensa, en especial para proponer que se sustituya el “presidencialismo” por un “parlamentarismo”. Lo acompaña el diputado Carlos Kunkel, otro de los constitucionalistas del kirchnerismo, interesado afanosamente en la reelección indefinida de la actual Presidente, algo a lo cual Zaffaroni adhiere con cierta prudencia: “eso si llegado el caso doña Cristina cuenta con los votos suficientes en el congreso”. A renglón seguido el conocido teórico del “garantismo” a favor de la criminalidad imperante, compara a nuestra primera dama con el inglés Winston Churchill y el andaluz Felipe González, “Ellos fueron reelectos más de una vez y no se volvieron dictadores”.
Al Dr. Zaffaroni no se le ocurre, sin embargo, mirar a su lado y detectar que en la Argentina actual la autocracia ya lleva varios años en ejercicio, para lo cual cuenta con un congreso de mayoría regimentada y lista para aprobar todos los proyectos colorea dos por la orden o el capricho del Ejecutivo. Y además una porción de la Judicatura que siempre encuentra en el código de procedimientos o en la jurisprudencia que suele sentar algún “Oyarbide”, el argumento que permite tener fuera del calabozo a los corruptos amigos del gobierno. Si para muestra basta un botón a nadie se le borró todavía ese solemne espectáculo, rebosante de indignidad republicana y de aplausos, en que la Señora marcó con el dedo al rockero Amado Boudou para que fuera el vicepresidente de la Nación. Entonces, si todo va tan bien, ¡¿para qué quiere el Dr. Zaffaroni una reforma constitucional?!
Claro, la tranquilidad para el Dr. Zaffaroni y sus amigos está en que si se convocara a una elección para designar convencionales constituyentes y lograr la mayoría suficiente para imponer el “parlamentarismo” y, por esa vía, asegurar la reelección indefinida, no habría riesgo de una ruptura en la continuidad del régimen actual. Bastaría repetir la técnica de captación de votos que ya se practicó desde cuatro años antes, para conseguir el triunfo del 23 de octubre pasado. Para nadie es un misterio que con el uso y abuso del clientelismo, aplicando masivamente los recursos del Estado a la compra-venta de punteros y electores, regalando subsidios a pasto, otro 54% o más estaría plenamente garantizado. .Un detalle éste que a la oposición, por educación o las pulsiones del inconsciente, parece habérsele escapado. Acaso para ser más buenos que antipáticos.
En la Argentina la reforma constitucional no tiene buenos antecedentes. En 1949 la ley de convocatoria fue impugnada por defectos formales, aunque en 1956 ningún democrático cuestionó que se la suprimiera “manu militari”. La de 1957, que convalidó dicho estropicio, se hizo con la mayoría proscripta y aunque dejó aprobado el art. 14-bis, las representaciones partidarias se pelearon dejándola sin quórum. En 1972 hubo una “enmienda” mediante un decreto especial del general Lanusse. Y llegamos a 1994 con una frondosa reforma que, en lo esencial, permitió legalizar la reelección de Carlos Menem; de paso, la antigua ingenuidad radical consiguió que se incorporara un “jefe de gabinete” que todavía nadie explicó para qué sirve. Ahora Zaffaroni y Kunkel reclaman con su propia fórmula.
No tengo la menor intención de cuestionar la idoneidad jurídica del Dr. Zaffaroni. Su ejercicio de la cátedra universitaria y de la magistratura dan la medida suficiente; es autor de varios libros donde, entre otras monadas, propone suprimir el Código Penal y las cárceles porque “no sirven para nada”, mientras sostiene que un delincuente no es culpable sino víctima de la sociedad. Es propietario además de una decena de inmuebles (departamentos) en el legítimo ejercicio del derecho de propiedad y la libertad de comercio.
Lo malo es que tiene la manía de proponer la reforma de la Constitución, aunque sea ésta deshilachada por las violaciones y agresiones a que, desde largo, la someten los gobiernos electos y fácticos. Una cuestión que supera en mucho las fantasías de biblioteca, y cuya inteligencia requiere mucho más que los caprichos imaginativos de un buen intelectual, y que no admite -como ya nos ocurrió una y otra vez- que el oportunismo político la tome de juguete. Y aunque no podría negarse que, pese a los deseos de Alberdi y Urquiza, nunca logró acomodarse a los corcovos de los procesos políticos argentinos.
FUENTE:Publicado en www.informadorpublico.com 

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