Las reformas mencionadas no requieren interpretaciones demasiado complejas, por sobre la retórica utilizada, se advierte que el propósito es cercenar la independencia del Poder Judicial.
Por: Aldo Norberto Bonaveri
La presidenta Cristina
Fernández inauguró el período de sesiones del Congreso con un maratónico
discurso; 220 minutos utilizados en gran medida para relatar “la
historia oficial” del 2003 a la fecha, manipulando datos con
aseveraciones apócrifas.
Los discursos de ocasión
ante la Asamblea Legislativa tienen el objeto discurrir principalmente
sobre sucesos acaecidos en el último ejercicio y, las proyecciones para
el ciclo que se están inaugurando; no obstante, la mandataria prefirió
hacer un tedioso panegírico de la “década ganada”. La loas y auto
referencias remplazaron la mención de problemas candentes: la inflación,
la inseguridad, la caída del empleo, los problemas energéticos, el cepo
cambiario, la pérdida de competitividad que afecta a la economía, el
déficit fiscal o, el incumplimiento del pago a los jubilados que han
ganado juicios .
Con vistas al futuro inmediato el punto neurálgico de la alocución estuvo referido a la “Democratización” (disciplinamiento)
de la Justicia; designio que en el Gobierno vienen lucubrando desde las
postrimerías del 2012. En torno a ello, en los círculos más allegados
se han generado grandes expectativas; lo que se evidencia con anticipos
tales como lo peticionado por la Procuradora General Alejandra Gils
Carbó, abogando por “Justicia Legítima”.
El
objetivo principal de la arremetida K es modificar sustancialmente la
composición del Consejo de la Magistratura, previendo que el proyecto a
remitir al Congreso, promoverá que los consejeros sean electos mediante
el voto popular; anticipando que contempla la incorporación de un
“representante de la ciudadanía”, que no necesariamente deba ser juez o
abogado.
Cabe consignar que si bien el
kirchnerismo tiene mayoría en el Consejo de la Magistratura, no reúne
los dos tercios requerido de los votos para imponer un juez afín, en
causas donde el Gobierno tiene intereses supremos (tal como ocurrió en año pasado en los diferendos por la Ley de Medios).
Ante la trascendencia que el caso reviste, cualquier modificación de la
composición del cuerpo debe ser muy bien fundamentada y, absolutamente
transparente y mejor intencionada, habida cuenta que este tiene la
potestad constitucional de echar jueces y aprobar pliegos.
Con
sentido semejante, se advierte la intención de crear Cámaras de
Casación en cada fuero, esencialmente en el Civil y Comercial, (donde se dirimen la constitucionalidad de los artículos 45 y 161de la norma de referencia).
Se trata de una tercera instancia, superior a la Cámara de Apelaciones y
un paso previo a la Corte Suprema. Al igual que en Magistratura, los
fallos de la Sala I Civil y Comercial no fueron concordantes con las
pretensiones oficialistas; solo basta citar la extensión de la cautelar
planteada por el Grupo Clarín, cuando todo el oficialismo vaticinaba
para el 7 de diciembre el “derrumbe de la corpo”. Por otra parte, además
de burocratizarse el proceso, si esto se concretara la Corte vería
menguado su protagonismo político, el que se reduciría al rol de
tribunal constitucional, al que llegarían causas excepcionalmente.
Las
reformas mencionadas no requieren interpretaciones demasiado complejas,
por sobre la retórica utilizada, se advierte que el propósito es
cercenar la independencia del Poder Judicial. En su perorata Cristina
aludió desdeñosamente a la Justicia en cuestiones que no hacían al caso;
atinando a expresar que esta no ha cambiado desde la dictadura. El
encono que ahora siente hacia la Corte, le hizo olvidar que el máximo
tribunal, de innegable prestigio, fue designado durante la gestión de
Néstor Kirchner (siendo reconocido como tal vez, el máxime mérito del ex presidente), además del sinnúmero de jueces nombrados y suplantados desde el 2003 hasta nuestros días.
Como
es su costumbre, para justificar la iniciativa la presidenta apeló a
enunciados perogrullescos con los que a priori difícilmente se pueda
disentir. Ninguna persona de bien puede dejar de objetar que para la
Justicia existan “hijos y entenados”, tampoco corresponde condecir con
una Justicia corporativa, que la designación de jueces se realice con
métodos poco traslúcidos, etc. Empero, el propósito del Gobierno no se
compadece con los egregios declamados. No es justamente la actual
administración un paradigma de acatamiento de fallos judiciales, ni
tampoco de procederes destacado por transparencia meridiana.
Los
antecedentes son arto elocuentes; el kirchnerismo no sabe retroceder ni
tolera que contradigan sus “verdades reveladas”. Jamás digirió la
derrota de la Resolución 125, de ningún modo le perdonan a Alberto
Fernández haber disentido, no hay paz para con medios y periodistas que
no se identifican con el relato, etc. Últimamente la nómina de enemigos
se ha engrosado con jueces que “osaron” no consentir las apuestas
oficialistas más fuertes: La falta de resolución sobre la
inconstitucionalidad de la Ley de Medios y, la cautelar que dejo en
suspenso la confiscación de la Sociedad Rural Argentina, son los motivos
que alimentan la tirria hacia los magistrados “díscolos”.
Como
es un clásico en quien maneja los hilos desde fines de 2007, el
revanchismo, la urgencia e improvisar sobre los efectos son reacciones
de manual. Ahora el ir por todo consiste en Disciplinar la Justicia.
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