Historia de una negación: entre la conspiración empresaria y el dólar barato
16-11-11 00:00 PUBLICADO EN CRONISTA:COM
Por Juan Cerruti Editor de Economía jcerruti@cronista.com
La Presidenta hizo explícito ayer lo que muchos en el Gobierno deslizaban en las reuniones privadas: la cuestión del dólar es, desde la óptica oficial, una cuestión de puja de intereses y presiones corporativas. De intentos desestabilizadores, conspiraciones, pseudogolpes de mercado o espurios manejos empresariales. Casi de manual, la respuesta K ante este diagnóstico es delimitar la cancha, demonizar a quien consideran el adversario y contragolpear.
¿Acaso alguien duda de que existen en la Argentina empresarios rentistas y con manejos apartados de la ley? Tantos como contadores, médicos, economistas, abogados y funcionarios corruptos. Pero de allí a pensar que tras el abrumador respaldo popular que Cristina obtuvo en las urnas se teje en las sombras una conspiración para desestabilizar al Gobierno hay un trecho. Para los empresarios y los banqueros sería como matar a la gallina de los huevos de oro. No hubo período en la historia económica del país en que les fuera mejor. Sólo los bancos en el actual mandato de Cristina lograron una rentabilidad acumulada de más del 400%, según lo declarado por el impuesto a las Ganancias.
Sin embargo, no extraña que a partir del diagnóstico K sobre un supuesto boicot empresarial en el mercado cambiario la receta pase por intervenir el mercado, e incrementar las restricciones y controles. Sigmund Freud definía la negación como una represión interna ante un hecho o realidad, más allá de que este sea verdadero. Difícil será entonces esperar que del Gobierno surja un diagnóstico al menos obvio para otros: que la presión sobre el dólar es un problema que responde a desequilibrios económicos. Una administración que hace cuatro años niega la inflación en torno al 22% interanual mal podría interpretar que el dólar está atrasado o excesivamente apreciado en términos reales (descontada la inflación).
En rigor, entre los economistas privados esto es materia de cierto debate. No hay dudas de que está desfasado con respecto al dólar. Es decir, el tipo de cambio real peso-dólar hoy se ubica en torno a 1,09; casi al mismo nivel que durante el 1 a 1 de la Convertibilidad (aunque por aquel entonces el agro no tenía retenciones).
Sin embargo, la apreciación en los últimos años de monedas clave de la región (como el real brasileño) o el euro generó que el tipo de cambio real multilateral (es decir, con los principales países con los que comercia la Argentina) continúe en un nivel aceptable. Alrededor de 1,70; cuando el promedio histórico se ubica en las inmediaciones del 1,65. Ello le otorga algo de aire al sector externo argentino.
En este contexto, es lógico que la gente compre dólares. Porque el dólar (interpretado como un bien que brinda la utilidad de ser reserva de valor) hoy está barato en la Argentina. Aumentó 45% en los últimos cinco años (pasó de $ 2,96 a $ 4,29), mientras que por caso el promedio de los alimentos que integran la canasta básica (según los privados, no el Indec) se incrementó 300% y los salarios formales lo hicieron poco más del 100%. Pero sigue sin ser barato comprar euros o reales.
Más allá de la controversia sobre si el tipo de cambio hoy está atrasado o no, de lo que existe consenso en el mercado es que la dinámica cambiaria apunta a una apreciación excesiva en el mediano plazo, en tanto el dólar continúe subiendo 8% al año mientras los precios internos lo hacen a más del 20%. Y el mercado cambiario es una plaza que se mueve casi exclusivamente por las expectativas sobre el futuro.
En la economía existe una máxima que indica que se puede engañar a pocos por mucho tiempo, o a muchos por poco tiempo. Pero no a todos todo el tiempo. El laberinto cambiario al que se enfrenta el Gobierno tiene su nudo gordiano en que hoy casi todos descuentan que el dólar está barato. Ergo, las expectativas sólo son hacia un movimiento ascendente en el futuro. No existe contraparte. Se ha conformó un mercado asimétrico, de una sola punta.
De poco servirá incrementar los controles cambiarios o condicionar la remisión de utilidades de empresas al exterior (medida que ni China hoy ya impone) hasta tanto se encare el problema inflacionario que aqueja a la Argentina y uno de cuyos correlatos o desequilibrios macroeconómicos pasa por el tipo de cambio real.
La remisión de utilidades al exterior de las empresas según el Balance de Pagos llegó en la primera mitad del año a u$s 3.491 millones. Cifra que está en línea con los u$s 7.159 millones del año pasado, y los entre u$s 5.500 millones y u$s 6.600 millones de los tres años previos.
Del mismo modo, según el Balance Cambiario del BCRA (acá se usa un criterio de caja, en lugar del criterio de devengado del Balance de Pagos) en los primeros seis meses se giraron dividendos afuera por u$s 1.960 millones, también en línea a los u$s 4.140 millones de 2010 y u$s 3.042 millones de 2009 ¿Entonces, por qué el Kirchnerismo pone el grito en el cielo? Porque a diferencia de los años previos, ahora los dólares comerciales no abundan.
En este ensalada cambiaria el surgimiento de un mercado paralelo es uno de sus principales fenómenos emergentes. Hecho que paradójicamente genera los efectos negativos de una devaluación sin sus beneficios. Las exportaciones no se hacen más competitivas, pero las importaciones sí podrían encarecerse en el mediano plazo, en tanto los importadores dados los controles al vender sus productos podrían tomar como referencia el dólar paralelo en lugar del oficial, trasladando ello a los consumidores bajo la forma de un aumento de precio.
Los fundamentos de la economía argentina continúan relativamente sólidos. Pese a los ruidos en el mercado cambiario, el consenso es que el país transita por algún inconveniente temporal de liquidez en divisas, derivado del abrupto reputen en la demanda de dólares. Pero nadie observa un problema de solvencia. Por eso mientras las compras de dólares se disparaban y los retiros de plazos fijos en divisas se incrementan, el riesgo país casi no se movió en los últimos 60 días.
El Gobierno está a tiempo para resolver el problema. No hay secretos. Sólo debe dejar de buscar conspiraciones empresariales fuera de la Rosada y atacar los desequilibrios macroeconómicos que incubó en los últimos años.
¿Acaso alguien duda de que existen en la Argentina empresarios rentistas y con manejos apartados de la ley? Tantos como contadores, médicos, economistas, abogados y funcionarios corruptos. Pero de allí a pensar que tras el abrumador respaldo popular que Cristina obtuvo en las urnas se teje en las sombras una conspiración para desestabilizar al Gobierno hay un trecho. Para los empresarios y los banqueros sería como matar a la gallina de los huevos de oro. No hubo período en la historia económica del país en que les fuera mejor. Sólo los bancos en el actual mandato de Cristina lograron una rentabilidad acumulada de más del 400%, según lo declarado por el impuesto a las Ganancias.
Sin embargo, no extraña que a partir del diagnóstico K sobre un supuesto boicot empresarial en el mercado cambiario la receta pase por intervenir el mercado, e incrementar las restricciones y controles. Sigmund Freud definía la negación como una represión interna ante un hecho o realidad, más allá de que este sea verdadero. Difícil será entonces esperar que del Gobierno surja un diagnóstico al menos obvio para otros: que la presión sobre el dólar es un problema que responde a desequilibrios económicos. Una administración que hace cuatro años niega la inflación en torno al 22% interanual mal podría interpretar que el dólar está atrasado o excesivamente apreciado en términos reales (descontada la inflación).
En rigor, entre los economistas privados esto es materia de cierto debate. No hay dudas de que está desfasado con respecto al dólar. Es decir, el tipo de cambio real peso-dólar hoy se ubica en torno a 1,09; casi al mismo nivel que durante el 1 a 1 de la Convertibilidad (aunque por aquel entonces el agro no tenía retenciones).
Sin embargo, la apreciación en los últimos años de monedas clave de la región (como el real brasileño) o el euro generó que el tipo de cambio real multilateral (es decir, con los principales países con los que comercia la Argentina) continúe en un nivel aceptable. Alrededor de 1,70; cuando el promedio histórico se ubica en las inmediaciones del 1,65. Ello le otorga algo de aire al sector externo argentino.
En este contexto, es lógico que la gente compre dólares. Porque el dólar (interpretado como un bien que brinda la utilidad de ser reserva de valor) hoy está barato en la Argentina. Aumentó 45% en los últimos cinco años (pasó de $ 2,96 a $ 4,29), mientras que por caso el promedio de los alimentos que integran la canasta básica (según los privados, no el Indec) se incrementó 300% y los salarios formales lo hicieron poco más del 100%. Pero sigue sin ser barato comprar euros o reales.
Más allá de la controversia sobre si el tipo de cambio hoy está atrasado o no, de lo que existe consenso en el mercado es que la dinámica cambiaria apunta a una apreciación excesiva en el mediano plazo, en tanto el dólar continúe subiendo 8% al año mientras los precios internos lo hacen a más del 20%. Y el mercado cambiario es una plaza que se mueve casi exclusivamente por las expectativas sobre el futuro.
En la economía existe una máxima que indica que se puede engañar a pocos por mucho tiempo, o a muchos por poco tiempo. Pero no a todos todo el tiempo. El laberinto cambiario al que se enfrenta el Gobierno tiene su nudo gordiano en que hoy casi todos descuentan que el dólar está barato. Ergo, las expectativas sólo son hacia un movimiento ascendente en el futuro. No existe contraparte. Se ha conformó un mercado asimétrico, de una sola punta.
De poco servirá incrementar los controles cambiarios o condicionar la remisión de utilidades de empresas al exterior (medida que ni China hoy ya impone) hasta tanto se encare el problema inflacionario que aqueja a la Argentina y uno de cuyos correlatos o desequilibrios macroeconómicos pasa por el tipo de cambio real.
La remisión de utilidades al exterior de las empresas según el Balance de Pagos llegó en la primera mitad del año a u$s 3.491 millones. Cifra que está en línea con los u$s 7.159 millones del año pasado, y los entre u$s 5.500 millones y u$s 6.600 millones de los tres años previos.
Del mismo modo, según el Balance Cambiario del BCRA (acá se usa un criterio de caja, en lugar del criterio de devengado del Balance de Pagos) en los primeros seis meses se giraron dividendos afuera por u$s 1.960 millones, también en línea a los u$s 4.140 millones de 2010 y u$s 3.042 millones de 2009 ¿Entonces, por qué el Kirchnerismo pone el grito en el cielo? Porque a diferencia de los años previos, ahora los dólares comerciales no abundan.
En este ensalada cambiaria el surgimiento de un mercado paralelo es uno de sus principales fenómenos emergentes. Hecho que paradójicamente genera los efectos negativos de una devaluación sin sus beneficios. Las exportaciones no se hacen más competitivas, pero las importaciones sí podrían encarecerse en el mediano plazo, en tanto los importadores dados los controles al vender sus productos podrían tomar como referencia el dólar paralelo en lugar del oficial, trasladando ello a los consumidores bajo la forma de un aumento de precio.
Los fundamentos de la economía argentina continúan relativamente sólidos. Pese a los ruidos en el mercado cambiario, el consenso es que el país transita por algún inconveniente temporal de liquidez en divisas, derivado del abrupto reputen en la demanda de dólares. Pero nadie observa un problema de solvencia. Por eso mientras las compras de dólares se disparaban y los retiros de plazos fijos en divisas se incrementan, el riesgo país casi no se movió en los últimos 60 días.
El Gobierno está a tiempo para resolver el problema. No hay secretos. Sólo debe dejar de buscar conspiraciones empresariales fuera de la Rosada y atacar los desequilibrios macroeconómicos que incubó en los últimos años.
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