viernes, 12 de septiembre de 2014

Poder y Verdad

Por Eduardo García Gaspar
La pregunta es importante. Más que eso, fascinante.
Un tema grave de nuestros tiempos. Un problema de atracción y gusto, de placer y gratificación.
Me refiero a eso que tienen los regímenes totalitarios y dictatoriales.
Al agrado con ellos suelen ser vistos por demasiados.
Es eso que hay en el fondo de la mente de quienes defendieron a la URSS, a la China de Mao. A los que hablan bien del régimen cubano o del venezolano. De quienes aplauden gobiernos como los de Correa y Ortega.
En resumen, la pregunta de qué tienen algunos regímenes que los hace tan atractivos a pesar de ser notablemente totalitarios y déspotas.
La pregunta debe ser más afinada. No todos los regímenes déspotas producen tanta fascinación en tantos. No la produjo, por ejemplo, Pinochet en Chile (pero sí Allende). Tampoco Franco en España, pero sí Castro en Cuba.
Esto último da una pista para responder la pregunta. Ciertos regímenes, los que fascinan y agradan a muchos, coinciden en ser clasificados como de izquierda: alta intervención económica de un gobierno que se nombra representante de los oprimidos y castiga a los opresores.
Es decir, hay una coincidencia entre el gusto por un cierto gobierno, como el venezolano o el nicaragüense, y las ideas propia de la persona. Si la manera de pensar de la persona coincide con lo que hace ese gobierno, entonces lo defenderá y apoyará. Eso que se ilustra en:
“Sean Penn, Oliver Stone y Michael Moore lloran la muerte de Chávez… ‘Lloro a un gran héroe para la mayoría de su pueblo y para aquellos que lucharon en el mundo por un lugar’, ha dicho Stone a través de su cuenta de Twitter. ‘Odiado por las clases dominantes, Hugo Chávez vivirá por siempre en la historia’, ha afirmado.” (elmundo.es/elmundo/)
No es complejo. Consiste en una defensa de las propias creencias. Si la persona A piensa más o menos lo mismo que piensa el gobierno B, ella apoyará a tal gobierno. Eso le sucede a las celebridades como ésas, a intelectuales, a la gente común, a todos en mayor o menor grado.
Y, también, le sucede a los medios. Los periodistas tenderán a ver el lado bueno de los gobernantes con cuyas ideas coinciden las suyas y estarán más inclinados a ver lo negativo de los gobernantes que tienen ideas opuestas a las suyas.
Es entendible esa simpatía personal que busca congruencia y contempla como mejor al gobierno que coincide con las opiniones personales.
Mientras que es aceptable que eso suceda, los problemas comienzan cuando la simpatía se convierte en testarudez. Una obstinación que resulta imposible de traspasar. Ni siquiera las más grandes realidades, ni los más convincentes argumentos podrán, por ejemplo, ser aceptados por quienes padecen ese emperramiento.
Entonces, puede verse una respuesta aceptable: se alaba al gobierno que tiene el suficiente poder para implantar en un cierto país las ideas que la persona tiene y eso crea un filtro mental que impide la entrada de un elemento vital, la realidad.
Scruton lo ha expresado bien en un caso particular:
“No es la verdad del Marxismo lo que explica la buena disposición de los intelectuales para creerlo, sino el poder que confiere a los intelectuales en su intento de controlar al mundo… podemos concluir que el Marxismo debe su notable poder para sobrevivir cada crítica al hecho de que no es un sistema orientado a la verdad sino un sistema de pensamiento orientado al poder”.
La dualidad es clara. El poder hace ignorar a la realidad. El poder es lo que importa, la verdad es irrelevante. Esto es lo que hace que sea casi imposible conversar con quien ha caído en ese empecinamiento.
La persona, la que sea, que tiene ciertas ideas y creencias, las que coinciden con lo que algún gobierno implanta, defenderán a ese gobierno. Es entendible, pero el problema surge cuando esa persona se deja llevar por el poder y pone de lado a la verdad, a la realidad.
¿Cuándo se llega a ese punto en el que la verdad ya no importa? No lo sé, pero me imagino que una de las cosas que lo produce es el odio a las opiniones opuestas. Una inquina tan intensa que impide hacer funcionar a la razón. Mucha de la reacción en contra de la reforma energética en México es de este tipo.
Creo que el fenómeno bien vale una segunda opinión para apuntar las situaciones en las que el poder y la verdad se separan y se vuelven enemigas. No lo son, al contrario, pero el hambre de poder trastorna las mentes. Siempre lo ha hecho.
FUENTE: Publicado  en Contrapeso.info -  http://contrapeso.info/2014/poder-y-verdad/

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