¿Qué hace falta para cambiar el mundo? ¿Se necesita iniciar una revolución intelectual como Martín Lutero? ¿Se debe asesinar en nombre del igualitarismo, al estilo de Josif Stalin? ¿Es posible crear una diferencia llevando una vida humilde?
Una reseña de un nuevo libro por el editor literario del New York Times, Dwight Garner, invocaba estas preguntas existenciales. Al reseñar una biografía de Harper Lee, la huraña autora del clásico Matar a un ruiseñor, Garner no queda demasiado impresionado. No es que le decepcione la capacidad de Lee para contar historias, sino que la novelista de Alabama lleve una vida sin casi acontecimientos. El libro que Garner alaba (The Mockingbird Next Door, de Marja Mills) retrata a Lee como una eremita sureña despreocupada con una debilidad por la comida rápida barata. Garner no se preocupa por ocultar su disgusto, al escribir:
The Mockingbird Next Door evoca en mi mente sobre todo imágenes tristes. Ms. Lee tiene un sitio habitual en McDonald’s, donde va a tomar café. Come ensaladas para llevar de Burger King en las noches de cine. Cuando pesca, usa salchichas como cebo.
Todos estos gustos ordinarios, completamente estadounidenses irritan sin límites a Garner. En Matar a un ruiseñor hemos sido testigos del dilema moral del racismo institucionalizado en los estados sureños. La bella escritura de Lee da vida a la historia de Atticus Finch, Tom Robinson y “Boo” Radley. El libro fue enormemente alabado, ganado el premio Pulitzer en 1961. La novela sigue considerándose un clásico de la literatura estadounidense.
El hecho de que Lee continúe llevando una vida sencilla en la sombra contrasta con cómo se consideran por lo general los autores de obras emblemáticas. Ernest Hemmingway era un personaje tempestuoso y épico, famoso por su gusto por actividades masculinas. Charles Bukowski vivió como su alter ego Henry Chinaski: un borracho mujeriego con tendencia a desmayarse.
Por el contrario, Harper Lee no recurre a la bebida o la promiscuidad sexual. Parece perfectamente dispuesta a vivir a “plena luz” en el pequeño pueblo de Monroeville, Alabama. Aún así, Garner está terriblemente decepcionado, una sensación que supongo que se debe a alguna visión idealista de la humanidad.
El plácido estilo de vida de Harper Lee puede resultar falto de acontecimientos, pero su obra es prueba de que la monotonía sigue pudiendo producir lo extraordinario. ¿Qué tiene esto que ver con el austrolibertarismo? Los hombres que desarrollaron los fundamentos teóricos de la praxeología, la metodología individual y la deducción lógica en lo que se refiere a la economía, tampoco decidieron llevar vidas grandiosas.
Ludwig von Mises fue uno de ellos. Como principal teórico del método austriaco de pensamiento económico, Mises fue una vez un intelectual apreciado en Viena. Con el auge del nazismo llegó la amenaza de persecución, ya que Mises era al tiempo de etnia judía y un ferviente defensor del capitalismo de libre mercado. Se vio obligado a huir a Estados Unidos y estuvo en una precaria situación económica hasta que Henry Hazlitt le consiguió un puesto docente adjunto en la Universidad de Nueva York. Nunca obtuvo un puesto oficial en la facultad de la Universidad y le pagaban a través del filantrópico Fondo Volcker. En este tiempo, Mises escribió un obra maestra, La acción humana, junto con obras menores como Gobierno omnipotente y Burocracia. Aunque ya era el autor de obras importantes, como Socialismo y La teoría del dinero y del crédito, estas nuevas propuestas le proporcionar poco prestigio entre la academia ortodoxa. Cuando Mises murió en octubre de 1973, sus allegados eran, según el economista y biógrafo Jörg Guido Hülsmann, “solo un pequeño círculo de admiradores y discípulos”. Desde este grupo de aliados intelectuales estrechamente unidos, las ideas de Mises han alcanzado desde entonces una mayor audiencia en todo el planeta.
Mises llevó una vida extraordinaria, pero no porque buscara una vida salvaje e inestable. Su expatriación fue una acción necesaria, no algo deseado. Si hubiera permanecido en Europa, probablemente habría seguido esforzándose por refutar la eficacia del socialismo y la planificación centralizada. Mises era, según la mayoría de los relatos, un hombre humilde, pero determinado, que alcanzó logros intelectuales que deberían avergonzar a muchos otros hombres.
Murray Rothbard es otro miembro de la tradición de la Escuela Austriaca que dejó una gran impronta en millones de personas al tiempo que rehuía la buena vida. Desde el principio, su obra se vio ensombrecida por economistas que seguían patrones más ortodoxos.
A principios de la década de 1960, Rothbard escribió tres obras importantes. Su obra maestra, El hombre, la economía y el estado es un trabajo riguroso de pensamiento económico, mientras queAmerica’s Great Depression es con mucho una de las mejores y más ajustadas explicaciones de la mayro recesión económica en la historia estadounidense. Y The Panic of 1819, la tesis doctoral de Rothbard, sigue siendo ampliamente considerada como la explicación definitiva de ese evento. Rothbard escribió estas tres obras monumentales mientras enseñaba a alumnos en una oscura universidad conocida como Politécnico de Brooklyn.
Estos tres libros siguen enganchando al lector moderno. Al contrario que los trabajos y libros de texto normalmente atribuidos a la ciencia lúgubre, Rothbard escribía de una forma, como decía Gary North, que comunicaba “ideas complejas en un lenguaje accesible para cualquiera que tenga alguna comprensión de la causa y efecto económicos”. Después de una verdadera biblioteca de escritos, la enorme producción de Rothbard de polémicas y tratados continúa inspirando hoy. De vez en cuando, lo que constituye la prensa económica ortodoxa le mencionará. No siempre de forma positiva, pero persiste el hecho: el marco intelectual de Rothard y su prodigiosa enorme obra sigue siendo una fuerza a tener en cuenta.
Por lo que cuentan, la vida personal de Rothbard estuvo marcada por un insuperable sentido del humor y la camaradería con pensadores similares. Durante mucha de su carrera intelectual, vivió en un pequeño apartamento en Brooklyn. Todos sus invitados cuentan la calidez de Rothbard y su esposa cuando les acogían. No solo había muchas discusiones intelectuales en la morada de Rothbard, sino también actividades ligeras, como juegos de mesa y ver películas. No era socialismo caviar ni un extraño comportamiento desviado. Era un placer divertido, casi burgués, nada masivo o impresionante. Y aún así, desde la atmósfera de un placer humilde vino una tour de force intelectual que continúa influyendo en el debate intelectual.
Mises y Rothbard son ejemplos de lo que puede considerarse una vida modesta que produce un fruto notable. Como Harper Lee, dedicaron sus dones para la escritura a una tarea mayor que ellos mismos: esclarecer razón y moralidad. Sus logros fueron grandes, incluso cuando sus egos eran pequeños. Marcaron una diferencia para sin cocina de cinco estrellas o viajes en primera clase. Ojalá su camino sea uno que otros aspiren a seguir.
FUENTES: Publicado en el Instituto Mises Hispano - http://www.miseshispano.org/2014/09/las-vidas-sencillas-de-algunas-grandes-mentes/
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